domingo, 11 de enero de 2015

SOLO CONSIGUIERON MATAR  GENTE

La Historia está llena de malos ejemplos. Tantos que a veces, en momentos de pesimismo, le da a uno por pensar que no son la excepción, sino la regla. Y los hermanos Kouachi o Coulibaly parecen haber bebido de todos ellos, como sus mentores de Al Qaeda o del Estado Islámico.
   Mataron a personas indefensas, hirieron a otras tantas, perdieron sus propias vidas. Mostraron al mundo adónde puede conducir el fanatismo. Esa perturbación que no acepta ver en los demás sino un calco de uno mismo lleva aparejada, además de la cerrazón y el empobrecimiento mentales, la intolerancia.
   El sectario no es, por definición, partidario de confrontar ideas. Discutir implica un cierto nivel de empatía, aunque solo sea porque, para oponerse, hay que conocer los porqués del adversario. Pero, convencido de que su verdad es La Verdad, escrita con mayúscula por única y absoluta, sin resquicio para la duda, el fanático hace del discrepante un enemigo a abatir.
   Podrían no estar de acuerdo con la revista satírica Charlie Hebdó, considerar irreverentes o, en su lenguaje religioso, impías las caricaturas de sus portadas, contradecirlas usando de humor e inteligencia. Pero no, naturalmente, negar su derecho a existir, eliminar físicamente a sus creadores. Y, sin embargo, eso es lo que han hecho.
    En su crimen se documenta una derrota. Si se vengaban por la publicación de las viñetas, solo han conseguido que los medios de todo el mundo las hayan reproducido, que hayan llegado a muchísimas personas que ni siquiera habíamos tenido, antes de ahora, noticia de ellas. No las han silenciado, las han multiplicado.
   ¿Querían acabar con la revista? Je suis Charlie!, escribimos, gritamos a coro por doquier gentes con diversas, a veces contradictorias, formas de concebir la vida. Y del próximo número se anuncia ya que se imprimirá un millón de ejemplares, cuando su tirada habitual era mucho más modesta.
    Los hermanos Kourachi –y su cómplice Coulibaly- asesinaron a gente, es cierto. Pero a la vista está que no acabaron con la libertad de expresión, ni han conseguido que nos atenazara el miedo. Esperemos que sus crímenes tampoco logren atizar el racismo, la xenofobia, la intolerancia. Los musulmanes no se lo han puesto fácil. Todavía resuenan las voces de condena de los imanes en las mezquitas, sus descalificaciones contra quienes se sirven de sus creencias para ocupar un puesto en la historia de la infamia.

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