EN
TIERRA HOSTIL (ANTENA TRES, TV)
El
de este programa es un periodismo de investigación y de riesgo para sus
hacedores. Los reporteros que dan la cara en él se trasladan a zonas
conflictivas del mundo, viven momentos de peligro y permiten conocer al
espectador, de primera mano, situaciones lejanas a su cotidianidad, que ponen
los pelos de punta. Y siempre hay algún español de por medio.
Van cuatro entregas y quedan, al menos, otras
seis. En el Congo, la cámara nos ha llevado por
intransitables caminos que conducen a una recóndita mina de coltán
donde, en condiciones infrahumanas, se extrae el mineral utilizado en la
fabricación de dispositivos móviles; en
la barriada del Príncipe, en Ceuta, bucearon en el oscuro mundo de la
marginalidad y el fanatismo, caldo de cultivo para la yihad. A Colombia fueron
a husmear en entramados de bandas y sicarios, y de México eligieron como motivo
al siniestro clan de los Caballeros Templarios, en el estado de Michoacán.
Aunque los sepa sanos y salvos (el programa
se emite en diferido), confieso que a menudo paso miedo por los periodistas,
sobre todo cuando los veo inquietos por si los siguen, embarrancados en un
barrizal, o increpados por quienes evitan ser grabados. También temo por sus
confidentes y colaboradores, que a veces se presentan a cara descubierta, y,
aun si aparecen de espaldas o en sombras, pueden resultar reconocibles, y se
quedarán allí cuando la televisión se haya ido, más expuestos, quizás, de lo
que ya lo estaban a las iras desatadas de la barbarie.
Mayor agobio produce, sin embargo, lo que
nos muestran, ambientes de una dureza extrema, que hacen de la vida mera
supervivencia, donde la muerte acecha en cada esquina, territorios de abuso y
de violencia, sometidos al imperio de la delincuencia. Llama la atención,
además de esa tierra hostil que se
desvela, la capacidad de resistencia de la gente, la entereza con que se enfrentan
al sufrimiento y a la pérdida, su nobleza.
Y estremece, en cambio, el sosiego de los
criminales. Si ya resulta difícil de entender que asuman ese papel, aún más lo
es que se presten, algunos, a manifestarse ante las cámaras, y no precisamente
para arrepentirse de sus actuaciones. Sin la menor contrición, sin el mínimo
propósito de la enmienda, se reconocen miembros de bandas, hablan con
naturalidad de que han asesinado y de que van a seguir haciéndolo, ni se
cuestionan el dolor que causan. Choca esa
impudicia, esa falta de conciencia, de empatía. Tamaña brutalidad.
Pero
el programa tiene segunda parte. Si la primera está centrada en las idas y
venidas de los reporteros y utiliza como forma de elocución el diálogo y la
entrevista, cobra fuerza después el análisis, la aportación de datos, las
conclusiones. Del trabajo de campo, se pasa a la reflexión. Y entonces se nos
acerca ese mundo al nuestro, percibimos que no nos es ajeno cuanto nos ha sido
descubierto: el coltán se utiliza en smartphones y tabletas, la cocaína con que
trafican los cárteles se consume en nuestro occidente, el radicalismo islamista
cabalga también sobre la marginación y el olvido.
Seguro que volveré a estar ante el televisor,
en Antena 3, el martes a las 22.40...
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