JUEVES,
7 DE AGOSTO DE 1998 (DE MI CUADERNO DE
CAMPO)
San
Román de Cervantes (Os Ancares, Lugo), desde una habitación trasera de Casa Velón, entre las 8 y las 9 de la
mañana:
Abrimos las contraventanas para encontrarnos
con una masa blanquecina, en lugar de la transparencia del aire que esperábamos. La
niebla nos sitúa el horizonte delante mismo de los ojos. Asoman entre ese
cendal algodonoso las cabezotas de algunos árboles próximos. Solo el sonido de
las campanas llega, diáfano, a informarnos de la hora que vivimos.
Según desayunamos, la bruma, paulatinamente,
cede, en una retirada lenta. De su impenetrabilidad va surgiendo lo que
encerraba, como en el revelado progresivo de una fotografía. Se distingue la
loma de enfrente, con su hierba amarilla y unos cuantos castaños. También un
árbol desconocido, al que se le engarza un rosal cuyas flores rojas estallan
entre el follaje verde, y un fragmento en gris de una calzada sin coches. Un pajarillo
que esconde sus colores en el ambiente todavía plomizo de la mañana se baña en
la piscina, a la que pinta de azul el fondo de su cubeta, que no el cielo,
ausente aún. Comparecen además a la mirada recias construcciones de labranza,
paredes de piedra con que hacer frente al frío y al calor, y tejados de
pizarra.
Tiempo
de carretera, de 11.00 a 12.00:
Circulamos despacio por una carretera que
dicen es la más elevada de Galicia. Alargar el camino, pues no otra cosa
implica recorrerlo lentamente, nos permite observar mejor las montañas. Ha
redondeado sus cumbres la edad, que ya han vivido mucho y han aprendido a no
confrontar su orgullo con el viento, la lluvia, las nevadas: la resistencia que
ofrecen es pasiva y doblegada.
La niebla ocupa tan solo los valles, que nos
oculta, como si fuese una tierra diferente, blanca y sin consistencia, la que
se extiende entre laderas. Fuera de esa ilusión, el paisaje se nos ofrece en
toda su pureza, vacío casi de árboles, colonizado por arbustos y plantas pequeñas.
Localizamos escobas vestidas de amarillo, brezales ya sin flor, cardos morados,
esbeltos gordolobos.
Suspendidos en los cables de un tendido
eléctrico, graznan dos cuervos, molestos, quizá, por la vecindad apacible de
una pareja de tórtolas. Su presencia parece lógica donde se anuncia la
proximidad de un pueblo bautizado galaicamente con el nombre de O Pombeiro.
Solo de cuando en cuando cierra perspectivas
lejanas un bosque sombrío, de pinos o de robles. Pero lo habitual es que esas
especies, o el castaño, o el abeto, o el chopo, aparezcan en soledad,
escoltados a menudo por toda una infantería de helechos o zarzamoras.
12.15
horas:
Llegamos al refugio Club Ancares, punto de
partida de una incursión en el acebal de Cabana Vella o de la ascensión al pico
Tres Bispos (Obispos). Un poeta debe de habernos precedido en el camino y sin
duda se entretuvo en sembrar de topónimos hermosos estos parajes. Vale la pena
que comprobéis por vosotros mismos que los merecen…
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