martes, 24 de marzo de 2015

UNA HISTORIA EXTRAORDINARIA

No sé si esta historia es verdad o mera ficción, pero merece haber sucedido. El amigo  que me la contó no tenía motivo alguno para mentirme y la narró como cierta y, además, vivida en primera persona. Sabía de mi afición por la naturaleza y eso fue lo que le indujo a revelarme la experiencia que había protagonizado.
   Situaos hace 15 o 20 años, en el norte de Extremadura, con él como personaje y el campo de escenario. Lo que no recuerdo es qué buscaba allí, si hacía senderismo o huía de agobios urbanos perdiéndose entre dehesas de encinares o alcornoques. Ni siquiera descarto que estuviera cazando, pues era cazador, si no muy devoto, sí practicante ocasional.
   Fueran cuales fueran aquel día sus afanes, lo habían conducido a un espacio llano y aclarado de árboles, en uno de cuyos extremos se abría una vaguada. Aún no estaba tan cerca de esta hendidura en el paisaje como para que le llegase el rumor del agua de un riachuelo que corría en su fondo, pero en cambio sí oyó nítidamente un alarido animal que provenía de aquel paraje.
    Todavía no le había dado tiempo a reponerse de la sorpresa, cuando vio emerger de la depresión fluvial a una cierva y una cría. “Parecían muy alteradas, de hecho ni repararon en mí”, me dijo. Enseguida pusieron tierra por medio, con un trote que era de prisa y desaparecieron en la lejanía. A su mirada no escapó, sin embargo, un detalle que incrementó su asombro. De la grupa del cervatillo, manaba la sangre de una herida.
   Iba a aproximarse a lo alto del pequeño valle de donde habían salido, comido por la intriga y deseoso de dar con el agresor. Fueron cien metros de cábalas. “Pensé en un lobo, aunque desconocía que los hubiera en la zona; o en un águila grande que, no obstante, no había vuelto al cielo ante mis ojos...”.
   En esas estaba cuando una visión súbita cortó en seco su avance. De allí a donde él se dirigía, acababa de surgir la respuesta a sus pesquisas, que lo hubiera enmudecido aun si tuviera a quien transmitirle su asombro. A diferencia de los cervidos, el lince que acababa de aparecer sí se percató de su presencia, pese a que un poste no se diferenciaría de él por su quietud.
   No puso el felino pies en polvorosa. Se lo tomó con calma, casi se diría que con displicencia, como si lo ignorase o, peor aún, lo ningunease. “Se fue yendo poco a poco, con esos ademanes perezosos de los gatos, despreocupado totalmente de mí”, rememoró, con los ojos idos de quien estuviera sacando de su memoria un fantasma. Y tal debía de ser, pues ya en aquellas fechas se daba a este animal por extinguido en Extremadura…

1 comentario:

  1. Precioso relato, y más bonito que fuese cierto. Yo de hecho prefiero pensar que es así. Dicen los creyentes que la fe es lo primero para hacer que algo exista. Tendré fe en es persona y su relato.

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