UNA
HISTORIA EXTRAORDINARIA
No
sé si esta historia es verdad o mera ficción, pero merece haber sucedido. El
amigo que me la contó no tenía motivo
alguno para mentirme y la narró como cierta y, además, vivida en primera
persona. Sabía de mi afición por la naturaleza y eso fue lo que le indujo a
revelarme la experiencia que había protagonizado.
Situaos hace 15 o 20 años, en el norte de
Extremadura, con él como personaje y el campo de escenario. Lo que no recuerdo
es qué buscaba allí, si hacía senderismo o huía de agobios urbanos perdiéndose
entre dehesas de encinares o alcornoques. Ni siquiera descarto que estuviera
cazando, pues era cazador, si no muy devoto, sí practicante ocasional.
Fueran cuales fueran aquel día sus afanes,
lo habían conducido a un espacio llano y aclarado de árboles, en uno de cuyos
extremos se abría una vaguada. Aún no estaba tan cerca de esta hendidura en el
paisaje como para que le llegase el rumor del agua de un riachuelo que corría
en su fondo, pero en cambio sí oyó nítidamente un alarido animal que provenía
de aquel paraje.
Todavía no le había dado tiempo a reponerse
de la sorpresa, cuando vio emerger de la depresión fluvial a una cierva y una
cría. “Parecían muy alteradas, de hecho ni repararon en mí”, me dijo. Enseguida
pusieron tierra por medio, con un trote que era de prisa y desaparecieron en la
lejanía. A su mirada no escapó, sin embargo, un detalle que incrementó su
asombro. De la grupa del cervatillo, manaba la sangre de una herida.
Iba a aproximarse a lo alto del pequeño
valle de donde habían salido, comido por la intriga y deseoso de dar con el
agresor. Fueron cien metros de cábalas. “Pensé en un lobo, aunque desconocía
que los hubiera en la zona; o en un águila grande que, no obstante, no había
vuelto al cielo ante mis ojos...”.
En esas estaba cuando una visión súbita
cortó en seco su avance. De allí a donde él se dirigía, acababa de surgir la
respuesta a sus pesquisas, que lo hubiera enmudecido aun si tuviera a quien
transmitirle su asombro. A diferencia de los cervidos, el lince que acababa de aparecer sí se percató de su presencia, pese a que un poste no se diferenciaría
de él por su quietud.
No puso el felino pies en polvorosa. Se lo
tomó con calma, casi se diría que con displicencia, como si lo ignorase o, peor
aún, lo ningunease. “Se fue yendo poco a poco, con esos ademanes perezosos de
los gatos, despreocupado totalmente de mí”, rememoró, con los ojos idos de
quien estuviera sacando de su memoria un fantasma. Y tal debía de ser, pues ya
en aquellas fechas se daba a este animal por extinguido en Extremadura…
Precioso relato, y más bonito que fuese cierto. Yo de hecho prefiero pensar que es así. Dicen los creyentes que la fe es lo primero para hacer que algo exista. Tendré fe en es persona y su relato.
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