MAMÁ
ÁFRICA (35): LA LEYENDA DEL NYAMI NYAMI
De
África me traje una leyenda, prendida en un colgante. El colgante lo adquirí en
el mercado popular de artesanía de Victoria Falls. La leyenda me la contaron en
un restaurante español de la villa.
El mercado estaba fuera del circuito de
tiendas del centro, donde en cambio se enclava el Lola´s, un amplio espacio regentado por un catalán y una extremeña,
en cuyo menú no faltan la paella, la carne de cocodrilo o unos gusanos de mucha
chicha. Desde su escenario se ofrecen espectáculos que suman la danza al canto.
Al tiempo que bailaba, ya entre el público, una de las mujeres acunaba a su
bebé: lo llevaba a la espalda, colgando de un rebujo, que se movía al ritmo de
sus contorsiones. El pequeño estaba muy serio, con los ojos muy abiertos, y no
exhalaba la menor queja.
Al zoco acudimos en busca de nyami nyami (pronúnciese ñami ñami), un
adorno que ha de pender del cuello. Es una minúscula talla en madera, que
reproduce el cuerpo de un ofidio con cabeza de pez: un amuleto que habla del
reencuentro y trae consigo buena suerte, y que tiene su historia y su porqué.
Esa narración la escuchamos en el Lola´s. Zambeze arriba, se construyó una
gran presa, pese a la oposición de la tribu tonga,
que habitaba la zona. Antiguas consejas cuentan que una pareja de nyami nyami, dioses del inframundo,
nadaba por el río todos los atardeceres. Al compás de sus movimientos, se
desbordaba el agua que, al anegar las riberas, fertilizaba la tierra. Sin
prestar oído a la alarma vecinal, que profetizaba grandes males si se
importunaba con la obra a aquellos seres
benefactores, ésta se llevó a cabo, y su dique separó al uno del otro.
Muchos males se abatieron después sobre la vecindad: hubo tormentas,
inundaciones, roturas del muro de contención, muertes… Dicen que el gobierno
mandó edificar una iglesia, quizás como intento de desagravio, o para aplacar
no sé si a la población o a los nyami
nyami, a quienes había separado.
Compramos los colgantes en uno de los
numerosos stands que se alineaban
formando estrechísimas calles dentro de una nave enorme del bazar. En rigor, no
eran calles, no las flanqueaban ni siquiera casetas, sino pequeñas parcelas
acotadas en el suelo por la mercadería expuesta en cada una.
Por si no nos fuera suficiente con la
fortuna que auguraba la posesión del nyami
nyami, yo quise asegurármela aún más con la adquisición de un búho, que, en
mi imaginario, es pájaro asociado a la ventura. No lo había donde pregunté,
pero, apenas me interesé por él, el mercado entero pareció transformarse en una
sola tienda. Una algarabía de voces recorrió los puestos, bifurcándose,
ramificándose, hasta llegar al último de sus rincones. Y en algún punto, no
podía ser de otra manera, porque ellos necesitaban vender y yo deseaba comprar,
apareció el ave. No tuve que ir a donde me indicaron que se hallaba: vino
volando hacia mí, surcando el aire, de mano en mano, hasta posarse en las mías.
Del nyami nyami me quedé con el mito y
regalé la figura. El búho lo tengo conmigo, y juraría que me mira con simpatía.
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