miércoles, 10 de febrero de 2016

MAMÁ ÁFRICA (y 36): EPÍLOGO

Fue el pasado verano, durante la segunda quincena de julio. Estuve en el parque nacional del Chobe, en Savute, en el salar de Makgadikgadi, en el delta del Okavango. Lo asombroso no es lo vivido –que también-, sino yo mismo. ¿Quién me iba a decir a mí que, aun siendo individuo precavido, superaría el temor de contraer la malaria; que dormiría acampado en tierra de leones -¡y después de haber visto cómo acaba Michel Douglas en “The Ghost and the Darkness”!- o con las estrellas por techo; que observaría desde una frágil piragua a los hipopótamos, y oiría, muy próximo, el barritar enfadado de un elefante en una noche sin luna?
   Debe de ser la magia de África.


Adenda: Éramos 15 personas y todas nos llevábamos bien. Conocer a los demás constituyó un aliciente añadido. El viaje lo organizaba una agencia, Kananga, que nos puso al frente a una guía de excepción (por su conocimiento del terreno y del personal nativo, su trato cercano, su previsión y capacidad organizativa…). 

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