TÍTERES
Últimamente,
en España se amordaza hasta a los guiñoles. A los de la compañía “Títeres desde
abajo”, en un rapto de celo, se los han incautado las fuerzas del orden y, por
disposición de la autoridad competente, los han puesto a buen recaudo. Entre un
montón de objetos requisados, procedentes de actividades delictivas, se
hallarán, imposibilitados de cometer nuevas fechorías. Ni siquiera podrán
actuar ante el mundo inanimado que en estos momentos los rodea. Al encausar a
quienes les prestaban voz y movimiento, los han vuelto mudos y los han
maniatado.
¿Y qué han hecho estos muñecos para merecer
ese castigo?
Pues ser los personajes de “La bruja y don
Cristóbal”, una trama donde, excepto la bruja, no queda vivo ni el apuntador,
pues mueren, y no de muerte natural, un casero que además es violador, una
monja robaniños, un juez muy malo y un policía. Este último pretende inculpar a
la bruja poniendo a su lado una pancarta con la leyenda Gora Alka ETA. Ciertamente, el guion no deja títere con cabeza.
Nada nuevo, sin embargo, bajo el sol, ni de
España ni de Europa. Estas marionetas represaliadas no hacían sino cumplir con
su obligación, asumiendo los dictados de una tradición popular, la de los Títeres de cachiporra, que remonta sus
orígenes a la Edad Media, y de la que han bebido dramaturgos como Federico
García Lorca o Ramón María del Valle-Inclán. Las suyas son historias hiperbólicas,
a menudo irreverentes frente a lo establecido, violentas, con una truculencia
que sirve a una intención satírica, y un humor que igualmente nace del exceso.
Con todo, a mí lo que me ha sorprendido de
este caso no es lo espeluznante del argumento, sino la desmesura de
determinadas reacciones sobrevenidas en el mundo de lo real. Y me imagino a los
muñecos indignados, viendo cómo les usurpan sus desaforados procederes las
fuerzas sociales biempensantes que, del público que podrían ser, han devenido
en insospechados actores, en un espectáculo que se aproxima mucho a un
esperpento nacional.
Yo reclamo que se dé fin al enclaustramiento
de las marionetas y que se dejen sin efecto las medidas emprendidas contra los
titiriteros, sus hacedores, para que, libertad de expresión mediante, puedan
cumplir con su profesión. ¡Qué obras no compondrán y protagonizarán a cuenta de
la experiencia que han vivido!
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