lunes, 15 de febrero de 2016

TÍTERES

Últimamente, en España se amordaza hasta a los guiñoles. A los de la compañía “Títeres desde abajo”, en un rapto de celo, se los han incautado las fuerzas del orden y, por disposición de la autoridad competente, los han puesto a buen recaudo. Entre un montón de objetos requisados, procedentes de actividades delictivas, se hallarán, imposibilitados de cometer nuevas fechorías. Ni siquiera podrán actuar ante el mundo inanimado que en estos momentos los rodea. Al encausar a quienes les prestaban voz y movimiento, los han vuelto mudos y los han maniatado.
   ¿Y qué han hecho estos muñecos para merecer ese castigo?
   Pues ser los personajes de “La bruja y don Cristóbal”, una trama donde, excepto la bruja, no queda vivo ni el apuntador, pues mueren, y no de muerte natural, un casero que además es violador, una monja robaniños, un juez muy malo y un policía. Este último pretende inculpar a la bruja poniendo a su lado una pancarta con la leyenda Gora Alka ETA. Ciertamente, el guion no deja títere con cabeza.
   Nada nuevo, sin embargo, bajo el sol, ni de España ni de Europa. Estas marionetas represaliadas no hacían sino cumplir con su obligación, asumiendo los dictados de una tradición popular, la de los Títeres de cachiporra, que remonta sus orígenes a la Edad Media, y de la que han bebido dramaturgos como Federico García Lorca o Ramón María del Valle-Inclán. Las suyas son historias hiperbólicas, a menudo irreverentes frente a lo establecido, violentas, con una truculencia que sirve a una intención satírica, y un humor que igualmente nace del exceso.
   Con todo, a mí lo que me ha sorprendido de este caso no es lo espeluznante del argumento, sino la desmesura de determinadas reacciones sobrevenidas en el mundo de lo real. Y me imagino a los muñecos indignados, viendo cómo les usurpan sus desaforados procederes las fuerzas sociales biempensantes que, del público que podrían ser, han devenido en insospechados actores, en un espectáculo que se aproxima mucho a un esperpento nacional.

   Yo reclamo que se dé fin al enclaustramiento de las marionetas y que se dejen sin efecto las medidas emprendidas contra los titiriteros, sus hacedores, para que, libertad de expresión mediante, puedan cumplir con su profesión. ¡Qué obras no compondrán y protagonizarán a cuenta de la experiencia que han vivido!

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