INMIGRANTES:
MUERTES QUE NO CESAN
Recientemente
se ahogaron 97 personas en aguas de un Mediterráneo encrespado. Eran hombres,
mujeres y niños subsaharianos. Habían salido de la costa libia en busca de
Europa.
No se contaba esa tragedia en la primera
página del periódico donde la leí. Acaso piense el equipo de redacción que pierden
relevancia informativa sucesos que se repiten. Ya sabéis: lo llamativo no es
que un perro muerda a su dueño, sino que el amo haga presa en el can.
Pero en este caso (en estos casos) la
noticia no deja de serlo porque se reitere. Por el contrario, su trascendencia
aumenta precisamente debido a la frecuencia con que se produce. No puede
aceptarse como normal sólo aquello que es corriente que ocurra. Porque lo
anómalo es que sucedan una y otra vez esos naufragios. Que día tras día se
pierdan tantas vidas, ésa es la verdadera novedad, que debería abrir todas las
portadas y sacudir las conciencias.
Pretenden alcanzar Europa los migrantes y
caen en manos de las mafias. De esos individuos que se aprovechan de la
desesperación que nace de la necesidad o del pánico; malas personas,
delincuentes que obtienen sus beneficios a costa de la desgracia ajena, gentes
sin ética ni escrúpulos, que embarcan hacia un destino incierto a quienes lo
dan todo –“todo”, qué palabra más engañosa, que encubre lo poco que les queda-
por dejar atrás el hambre, o la persecución, o la guerra. Escapando de la
muerte, se encomiendan sin saberlo a los que pueden acabar en sepultureros.
Las
mafias...Parece un juego siniestro, de malvados y de buenos, donde asoma el
lado más perverso del ser humano, encarnado en unos pocos traficantes.
Y, sin embargo, quién dice que son ellos los
únicos malos de esta desgraciada historia. No estarían ahí, al acecho, de no
ser por otros. ¿Existirían si Europa fuese más solidaria con los que vienen, o
con quienes se quedan en sus países? ¿Habría traficantes si no hubiera
mercancía con la que traficar?
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