ISABEL
CARRAGAL DA COSTA
Es
una información que leí en el periódico El
País del pasado 29 de marzo, firmada
por Sonia Vizoso. El titular era tan llamativo que me fue imposible pasarla por
alto. Decía: “Con metástasis y obligada a trabajar”. Lamentablemente, no se
trataba de sensacionalismo, de un reclamo hiperbólico que buscase la atención
del público. El cuerpo del artículo en todo se adecuaba al encabezamiento. A
medida que iba leyendo, me parecía estar masticando ortigas.
Ella era gallega y trabajaba en una fábrica
de pescado. Se llamaba Isabel Carragal da Costa y tenía 46 años. Hablo en
pasado porque ya no vive. Falleció el 13 de marzo, aquejada de cáncer. Desde
2013 peleaba por sanar.
Tres meses antes de su muerte, le habían
denegado la incapacidad absoluta, con el argumento de que su estado de salud le
permitía trabajar para ganar más de los 388 euros mensuales de la prestación
que le concedían.
Criaba a dos hijos, había cotizado 20 años,
estaba tan mal que enseguida se murió. Pues nada, al tajo, aunque fuera
“dolorida”, como ella decía.
Me meto en la piel de esta mujer y siento un
oscuro espanto.
Lo que no consigo es ponerme en el lugar del
tribunal que sentenció; del Instituto Nacional de la Seguridad Social, que,
antes de la decisión judicial había alegado que no invalida por sí sola una
enfermedad grave; de, en fin, quienes dieron rango de ley a una normativa cuya
aplicación produce consecuencias tan faltas de humanidad (el Partido Popular se
negó a cambiarla en 2014, cuando el Bloque Nacionalista Galego lo propuso en el
Congreso de los Diputados con el aval de 500.000 firmas de apoyo).
Me acordaré de Isabel Carragal da Costa cada
vez que vea lazos rosas en las solapas de según qué políticos, que se las
pondrán en días señalados. De cómo ella misma –“Callarse
es cosa de cobardes”, decía- "se movilizaba para denunciar públicamente la `tortura´ socioeconómica que se oculta entre los lazos rosas y y las campañas institucionales en favor de la lucha contra el cáncer".
Hace mucho tiempo que renuncié a compender el
mundo. Sin embargo, sigo pensando que eso no debe impedir que continuemos peleando
por cambiarlo.
Te leía y masticaba tus ortigas. A veces pasan cosas que son dignas de una película de terror, aunque al guionista le entraría la duda de si no se estaba pasando de inverosímil. Como siempre, la ficción superada por la realidad.
ResponderEliminarUn beso.
Mientras nos indignen cosas como ésta, todavía hay esperanza, Rosa...
ResponderEliminarUn abrazo fuerte