LA
ARGENTINA QUE VI (5): EL GOMERO DE LA RECOLETA
Desde
la lejana India vino una plantita a dar a Buenos Aires. Eran tiempos en que
sólo los pájaros y ciertos insectos surcaban los cielos, o sea que quien la trajo hubo de
encomendarse al mar en su viaje. Debía de ser amante de los árboles, sin sus
cuidados el pequeño vástago no habría sobrevivido a la larga travesía oceánica.
Seguramente lo motivaba el afán de sumar a la vegetación de Argentina una nueva
especie, porque aquí no había ningún semejante en que pudiera reconocerse.
Fue plantado en una chacra, donde la ciudad apunta al norte. Hoy se levanta en esos parajes
el barrio residencial de La Recoleta, nombre que le viene de los frailes que erigieron en esos baldíos un convento. Desconozco
si su porteador de entonces se atrevería a sospechar que doscientos años
después seguiría en pie aquel mínimo retoño, sólo que transfigurado en mole de
madera y espesura. Lo que hace dos siglos apenas era, es ahora un coloso
descomunal. Con razón le llaman el abuelo:
cuando en mi incesante vagabundeo por la capital veo otros ejemplares de buen
porte, ya sé dónde está su origen.
Impone su envergadura. Es tal su frondosidad
que la pupila no consigue escalar a través del follaje –verdeoscuro el haz, más
claro en el envés- en busca de la claridad del día. Varios troncos parecen
abrazarse hasta ser el que son, únicamente uno. Abajo, su metro y medio de
diámetro se ensancha considerablemente en la nervadura de raíces que, a la
vista, lo circundan.
Imposible no contener el aliento ante esta
presencia, si no es para exhalar una interjección admirativa. Se basta él sólo
para sombrear una plaza de no escasas dimensiones, que es, en su caso, la de
Juan XXIII. El café La Biela se aorilla a su lado, la basílica del Pilar llama,
cercana, a la oración y el cementerio de La Recoleta, también próximo, abre sus
puertas de la eternidad a muchos próceres que han sido.
Desparrama este gomero sus ramas, que
discurren paralelas a tierra, y que se aproximan a los treinta metros de
longitud y uno de diámetro, dónde se ha visto cosa igual. Podrían quebrarse, si
el ingenio humano no corriese en su ayuda. En algunos de sus tramos se han
dispuesto unos soportes ahorquillados, que las apuntalan. En uno de ellos se
detienen la atención y las cámaras de fotos de los visitantes: tiene forma
humana, es un Atlas quien ejerce de contrafuerte y aguanta el peso, que si no
es el del mundo como en el mito griego, ya le llega. Como únicamente lo viste
un taparrabos, es perceptible la tensión que el esfuerzo provoca en su
musculatura de titán. Es tan verosímil, que dan ganas de prestarle ayuda. Estoy
por asegurar que, si le paso un pañuelo por la frente, lo retiraré humedecido
por su sudor. Me parece el otro gran protagonista de esta historia, una obra de
arte urbano, forjada con restos de automóviles, que acude en auxilio de la que
esculpió la naturaleza a lo largo de siglos.
¡¡Qué barbaridad!! He buscado en Google y me he quedado perpleja del tamaño del "abuelito".
ResponderEliminarMe estás enseñando muchas cosas que no sabía que existieran. Cuando vaya a Buenos Aires, llevaré tu blog como guía de viaje.
Un beso.
Cuando vayas a Buenos Aires, descubrirás por ti misma tantas maravillas como a mí se me habrán pasado por alto...
EliminarUn abrazo fuerte