LA
ARGENTINA QUE VI (11): PUERTO MADERO
En
pleno Buenos Aires, está este puerto. No pone coto a un océano, no es un mar el
que le traería barcos. Se trata de un brazo de agua que, salvando esclusas, podrían
navegar buques que vinieran del río de la Plata, que se adivina ahí mismo. Lo
que fue dársena es hoy epicentro del barrio más moderno y caro de la ciudad.
De su función como muelle, poco queda.
Quizás tan sólo el nombre y unas grúas amarillas que, asentadas sobre bases
rojas, y espaciadas, parecen más elemento ornamental o evocador que auxiliar
para el llenado o vaciado de las bodegas de los cargueros. Son como garzas del
tiempo de los dinosaurios, cuyo tamaño no disminuyera un ápice la finura y la
elegancia que son consustanciales a esas aves. Como ellas, reflejan su
inmovilidad en la superficie acuática. Por un momento, casi espero que esa
calma se rompa al paso de un pez que arponear con el poderoso pico. Cuando,
debajo de una de esas máquinas, mido su altura con la vista, descubro en la cúspide
un nido que, por sus dimensiones, me recuerda los de las cigüeñas que soportan
los tejados de nuestras iglesias. Durante largos minutos, desoyendo las llamadas
de mi estómago, que me advierte de que se está yendo la hora de comer, soy
espía de ese refugio. Quisiera saber de sus ocupantes, que por fuerza han de
ser pájaros bien grandes. Anima mi curiosidad que sea, muy a principios de
noviembre, primavera en Argentina.
Lo veo desde el puente de la Mujer, obra de
Calatrava, que se inspira en una pareja que baila un tango. Antiguos edificios
portuarios orlan las márgenes del canal. Pero ya no son lo que fueron.
Remodelados con mimo, ofrecen ahora servicios muy distintos a los de antaño,
mayormente orientados a satisfacer el paladar, si son bajos, o de habitar
instalados en el lujo, si viviendas. Tal vez la imaginación se me dispare, pero
veo en ellos detalles que me recuerdan el mundo marino. Formas y colores rinden,
más allá de su utilidad, tributo a la estética.
Tampoco el velero fondeado en aguas de
escaso calado conserva la función que le fue propia en el pasado. La fragata
Sarmiento ha trocado su papel de buque insignia de la Armada por el de museo de
navegación. Puerto Madero parece ejemplificar ante nuestros ojos esa máxima
filosófica que nos enseñó la escuela y corrobora la vida, donde nada es y todo cambia.
Lo que más me sorprendió de este lugar fue
Nueva York. Pensaréis que se me ha ido la cabeza o que mis nociones de
geografía trastabillan, llevándome al disparate de contravenir el título de
esta serie, que sitúa mis andanzas, lejos de EE UU, en Argentina. Pero talmente es como si hubiera
venido a dar a los aledaños de esta zona un retazo de la Gran Manzana. En un
punto próximo, se elevan construcciones que rascan el cielo y juegan con la
geometría en sus diseños. Son como una agrupación insólita de torres vigía que,
en vez de controlar al enemigo, se satisficiesen en tener el mundo a sus pies.
Quizás ignoren, en tal caso, que ellos mismos se constituyen en espectáculo: un
sitio desde el que mirar que reclama miradas.
Sigo conociendo Buenos Aires de tu mano. Hoy he buscado imágenes del puente de la Mujer y no he tenido que buscar las de la Fragata Sarmiento porque allí aparece, junto al puente, iluminada de noche y con sus palos al aire si es de día. Y sí, el skyline recuerda Nueva York (en pequeñito).
ResponderEliminarEliminé el anterior porque mi teclado pone mayúsculas cuando quiere y, generalmente, no quiere.
Un beso.
Buena idea, Rosa, ésa de saltar de la palabra a la imagen, en un recorrido inverso al que hago cuando escribo de viajes...
ResponderEliminarUn abrazo fuerte