LA
ARGENTINA QUE VI (22): USHUAIA
Al
sur del Sur, donde todos los sures alcanzan su fin, en el término de las
Américas, el continente se vuelve archipiélago. Tierra del Fuego, le dicen a
este espacio helado, por las numerosas hogueras con que buscaban el calor sus
habitantes primigenios. En la isla Grande está la localidad de Ushuaia, y en
Ushuaia (necesito repetir ese nombre para creérmelo) nos hallamos ahora –un 2
de noviembre- nosotros.
Cualquiera que nos vea se hará de inmediato
a la idea de que somos foráneos. Nos sobraría alguna capa de ropa para
asemejarnos a los naturales. Venimos forrados en prendas polares y bufandas y
camisetas térmicas, y embutimos los pies en calcetines de lana gruesa y pisamos
con botas de monte. A mayores, yo, además, protejo la cabeza con un gorro que
me tapa las orejas y me proporciona un lejano parecido con un gnomo. Vestidos
de tal guisa, quizás un algo exagerada, nos disponemos a enfrentarnos a la
primavera en la vecindad de la Antártida.
Un puerto generoso abre la ciudad al mar. Si
le damos la espalda, nos encontramos con calles que transcurren paralelas y
rectilíneas, cómodas para el paseo, aunque dispuestas a progresiva altitud.
Otras, perpendiculares, se les atraviesan, y éstas son muy cuestas. Vienen de
una zona boscosa que verdea encima del pueblo y desembocan en el océano. En
derredor y al fondo, enormes montañas encaperuzadas de blanco ponen coto a la
mirada, ya la orientemos a tierra ya la fijemos en el mar.
Me llama la atención la arquitectura de la
población, cómo son los edificios. No veo casas altas, la mayoría sólo tienen
dos plantas; aunque lo más curioso son los materiales que las conforman:
láminas de madera, planchas metálicas, uralita o lo que semeja ser tal, y en
ocasiones piedra. Y siempre cristal, mucho cristal para asomarse al mundo o
permitir que los ojos del mundo se cuelen dentro. Imposible pasar por alto la
policromía de las fachadas. Los colores, porque todas están pintadas con
diversidad de tonos, les dan un tipismo peculiar.
Da
gusto saberse en los confines de la Tierra, andar sin prisa el paseo marítimo,
bordear un lago que se abre en uno de sus extremos y que es reserva para la
nidificación de aves, incluso detenerse ante un escaparate donde se expone un
belén protagonizado por esquimales. Supongo que si un artesano lo ha tallado
será porque ha pensado en un comprador, y me pregunto quién será éste.
Todo eso hacemos, y se va yendo la tarde.
¡¡Qué frío, por favor!! Por mucha primavera que sea, la latitud espanta.
ResponderEliminarTransmite mucha paz tu relato del paseo por Ushuaia. No me atraen, por lo general, zonas tan extremadas, pero leyéndote, apetece ver esa ciudad de colores asomada a un mar que tiene frontera con el fin del mundo.
Un beso.
Para frío frío, el que hará en su invierno. Y sí que fue grato el paseo. Aunque lo que más me gustó fue el entorno, la naturaleza que por tierra y mar sorprende a cada mirada que se le da, ya sea desde un barco, un tren o un bus. O a pie. Prometo no quedármela para mí.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte