“GENTE INDEPENDIENTE”, de Halldor
Laxness
Hay mucho que destacar en esta
obra del premio Nobel islandés. Atisbos de la historia de su país a comienzos
del XX, vista, especialmente, a través de cómo repercute en las vidas de los
campesinos; la fina introspección psicológica que afecta en particular a la
familia protagonista (subrayable el retrato del sentir de Asta Sóllilja, la
hija); la fluidez que adquieren los diálogos, llamativamente presentados, a
veces, bajo formas más propias de un libreto teatral que de una narración; las
descripciones líricas o dramáticamente realistas del paisaje y su paisanaje
alado (patos y limícolas, sobre todo); el descubrimiento de cómo en medio de la
mayor rusticidad imaginable surge la poesía...
Es larga esta enumeración, y podría serlo mucho más, tantas son las
cualidades que impregnan al texto. Pero, si tuviera que centrarme en solo un
aspecto, elegiría otro.
A esta novela debo el descubrimiento de una nueva palabra, que no
conocía y se me ha hecho entrañable. Es pegujalero,
campesino a cargo de un pegujal, “corta porción de siembra, ganado o caudal”. Le
he cogido apego al término seguramente por contagio, por el protagonista de la
obra, Bjartur, de la Casa Estival.
Es un granjero islandés de principios del siglo pasado. Una granja
islandesa no es como si fuera una de cualquier otro país. Tenéis que imaginarla fuera del mundo, en la soledad de un valle,
aislada entre montañas, sobreviviendo a condiciones meteorológicas extremas.
Así os resultará más fácil entender al personaje, de cuya vida y entorno se nos
habla.
No sabría decir por qué me cae bien ese sujeto. Parece hecho de una sola
pieza y toscamente tallado Es rudo, con una franqueza y un orgullo tan
desmedidos que a menudo lo vuelven, si no odioso, sí desagradable. Jamás acepta
nada que no haya pagado antes de su bolsillo. Nunca llora, ni cuando se le
muere un hijo o lo pierde Afronta el infortunio (en particular, las desgracias
familiares), cuando este le aviene, casi imperturbable, hasta el punto de dejar
en el lector una dolorosa impresión por su insensibilidad. Más de una vez he sentido
rabia ante su proceder.
Y sin embargo, en este hombre que todo lo supedita a la supervivencia y
mejora de su hacienda, de llegar a ser alguien entre los de su condición, su propio amo, gente independiente, admira el tesón con que encara las dificultades.
Batalla frente a una naturaleza hostil (inolvidable el episodio terrible de la
ventisca), hace caso omiso a prejuicios basados en creencias ancestrales, que
pueblan de seres sobrenaturales y dañinos su entorno, lucha contra las
enfermedades de su ganado, y afronta sin permitirse una queja pérdidas
afectivas inconmensurables.
Hay algo de heroico en esa actitud, aunque sea la suya una épica a ras
de suelo, no de caudillo, sino de hombre corriente, y sus gestas no le
conduzcan al éxito, sino al fracaso, sobre todo cuando se enfrenta al poder del
dinero, que no tolera feudos que no sean suyos.El final es, aunque desolado,
bellísimo y lo redime de la dureza con que encara la vida, y nos conmueve.
Post scriptum: Si queréis
haceros una idea aproximada del entorno en que se desarrolla la trama, podéis leer en este
blog, bajo la etiqueta de “Viajes”, el artículo “De Akureyri a Borgarnes”.
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