EL AFAMADO LÍDER VISITA AMÉRICA
Si no fuera porque a Obama no se le escapó la risa,
pensaríamos que bromeaba cuando calificó de gran liderazgo el de Rajoy en
España. ¿Ese es el nivel de información que se le supone al Presidente de la
primera potencia mundial? Quien nos espía a todos, ¿desconocía quién se sentaba delante de él?
¿Ni siquiera sabe que
suspende, con bajísima puntuación, en todas las encuestas que se nos hacen a
los españoles?
Lo que trae consigo
la vanidad. El nuestro, en lugar de
ruborizarse como correspondería a quien debiera experimentar una sensación de
ridículo, obró como si se lo creyese. Escuchar palabras tan desaforadas y
sentirse niño con zapatos nuevos fue, para él, todo uno.
Corre la leyenda de
que, en tal estado de gracia, preso de la emoción, se elevó tanto su espíritu
que perdió pie en el mundo de lo real. Y mientras honraba el estilo de vida
americano comiéndose una hamburguesa, rodeado de adláteres y paniaguados, de
tan arriba como se hallaba su ánimo, olvidó que gobernaba un país que no sale
del paro y que protesta el largo etcétera de recortes que impone su política.
En esa suerte de
éxtasis, fue a vender humo a los empresarios norteamericanos, hablando de sus
éxitos en macroeconomía.
Aunque es harto
probable que ellos, para hacer negocio a este lado del Atlántico que habitamos,
tuvieran más presentes otros logros suyos. Por ejemplo, cómo han disminuido los
derechos laborales en nuestros lares, con salarios a la baja, facilidades para
el despido, contratos a la carta y otros duelos y quebrantos para los trabajadores,
que son tan del gusto de las grandes
multinacionales.
Fueron, aquellas horas
americanas, de vino y rosas, muy diferentes a las que por aquí acostumbra a
vivir, donde las cañas a menudo se le vuelven lanzas. Luego de transcurridas,
como sucediera a aquel valentón del soneto cervantino, fuese (vínose, ay, en su
caso) y no hubo nada.
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