GRACIAS, TEATREROS
Algunos docentes y antiguos
alumnos dejaron días atrás sus comentarios a un artículo de este blog
(“Profesores y bedeles que fueron actores”). Sus textos me han conmovido. Tanto,
que hoy seré yo quién escriba sobre lo que ha supuesto para mí hacer teatro en
el instituto.
Para empezar, ha dado pie a palabras como las suyas. ¡Resulta tan
satisfactorio ver la huella que ha dejado esa experiencia en sus jóvenes vidas!
¡Como para no sentir el contento de haberla propiciado...!
Quizás no lo sepan, no puedan imaginar lo que significó para mí contar
con sus aportaciones. Muchas veces, al salir de ensayos o actuaciones, me he
considerado un privilegiado. Casi nadie tiene ocasión de estar entre artistas
de condición tan diversa y, encima, dirigirlos: músicos y bailarinas, cantores,
mimos, actores, iluminadores, magos o entendidos en sonido. ¡Qué confluencia de
talentos, de aficiones…! Hubiera sido imposible no sacar lo mejor de ellos,
cuando ellos eran lo mejor. Tan dúctiles, tan espontáneos, tan sabios, tan responsables.
En ocasiones también tan revoltosos, pero hasta eso me daba vida, me devolvía una
juventud ya ida.
¿Y me hubiera puesto yo a
escribir teatro si no fuera por ellos? Eran tantos, siempre, que no había forma
de dar con una obra que tuviera papel para todos. Así que, si no la encontraba,
tenía que inventarla. ¡No iba a dejarlos allí plantados, después de su generosa
respuesta a mi llamamiento!
Luego está la confianza que me otorgaban. Sirva de muestra un botón. No
les entregaba el texto completo, como mandan los cánones y se hace en las compañías
teatrales, sean estas profesionales o de aficionados. Yo lo iba pergeñando según
transcurrían los días y pasándoselo así, fragmentado, como me iba saliendo.
Claro que no se trataba de una manía personal. Nunca me ponía ante el ordenador
ni decidía qué hacer hasta tenerlos a todos delante, hasta saber con cuánta
gente contaría, el número de chicas y el de chicos, las habilidades de cada
uno. Sabían dónde principiaba el barco
su travesía, no adónde llegaría. Lo curioso es que nadie dudase de que,
finalmente, tocaría puerto. He de confesar que, sin sus ganas, nunca me habría
lanzado a semejante aventura.
Diré aún una cosa más. Que he
disfrutado viéndolos crecer sobre el escenario, coger confianza en sí mismos,
mejorar. Y, a la par, observaba, con una rara sensación de extrañamiento, cómo,
gracias al arte que emergía de ellos, cobraban vida personajes y argumentos que
había ideado, cómo llegaban a un público conmovido por la sinceridad de su
interpretación, por su buen hacer.
¿Quién está, pues, en deuda con quién?
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