DE LO QUE NO ES FÚTBOL
Confieso que me cuesta empezar este
artículo sin hacer uso del denuesto. Si me dejase guiar por lo que me pide el cuerpo,
vejaría a quien veja y no utilizaría argumentos frente a los que carecen de
ellos. Caería, entonces, en parecida sinrazón a la que motiva mi enfado. Eso
es lo que me conduce al empleo de la lógica, y no a la befa.
Estoy indignado. La semana pasada leí en un periódico que un hincha
había arrojado un plátano a un jugador del equipo contrario al suyo. Y hoy la
prensa informa de que en otro estadio, desde la grada, parte del público se
dirigió a un futbolista imitando las voces de un simio. Los destinatarios de
esas actitudes insultantes eran, en ambos casos, negros.
¿Se creen superiores los ofensores? ¿En qué? No, desde luego, como
deportistas. No darían pie con bola frente a esos jugadores en el campo, ni en
dominio del balón, ni en capacidad para integrarse en un conjunto, ni en el
diseño de estrategias convenientes a cada momento del partido. Y en cuanto a
inteligencia, ¿dónde sitúan su superioridad, si con su comportamiento muestran
que ni siquiera entienden un principio tan básico como el de la igualdad de
todos los seres humanos?
Ya
sé que son verdades de Perogrullo, que estoy gastando pólvora en salvas. Me
diréis que no merece la pena airear esta crítica. Pero es que quiero poner en
evidencia lo absurdo de sus motivaciones, negarles el pan y la sal. Reducirlas a la nada.
Tal vez lo entendamos mejor si cambiamos el foco de lugar. Si
pudiésemos iluminar las vidas de esta gente, seguramente no los encontraríamos
a gusto consigo mismos. Saldrían a la luz insatisfacciones, humillaciones,
frustraciones, que dan pie a la asunción de un complejo de inferioridad que se
compensa haciendo de menos al otro, al diferente, aunque solo lo sea en el
color de la piel (¿por qué no en el de los ojos, o en la altura, o en la planta
del pie?).
A lo mejor alguien está pensando que llevo
las cosas demasiado lejos. Que en esos gritos o esos gestos solo late un
intento de incomodar al adversario, de desestabilizarlo, de ponerlo fuera de
sí. Pero eso no cambia nada de lo dicho. En todo caso, añadiría al racismo
–llamémoslo por su nombre- el juego sucio.
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