EL CANDIDATO CAÑETE
Perdió Cañete, cuentan, el debate televisivo con Elena
Valenciano, y ha perdido las formas después. Trataba el buen hombre de
justificar su actuación y no se le ocurrió mejor cosa que decir lo que piensa,
a las bravas y sin eufemismos. Solo consiguió retratarse de cuerpo entero. Por
si alguna duda quedara.
Para empezar, señaló
que no le gusta nada discutir con mujeres, no sea que, al poner en evidencia su
superioridad intelectual, se le tilde de machista. Lo malo, para él, es que con
semejante argumento resulta imposible no adjudicarle ese calificativo.
Alguien tendría que explicarle que da lo mismo rivalizar
políticamente con un oponente femenino que masculino, que lo que importa es la
exposición y defensa de los propios objetivos y la crítica de los contrarios.
Pero a ver quién va a aclararle eso a un señor que nos dejó una tan inolvidable
perla verbal cuando, años ha, manifestó, a propósito del regadío que “hay que
utilizarlo como a las mujeres, con mucho cuidado, que le pueden perder a uno”.
A él desde luego.
Pero, ya puestos a demostrar que por la boca muere el pez, Cañete no se
paró en barras. “Si debato con el señor Rubalcaba, nos podemos decir todas las
barbaridades, pero con una mujer se interpreta de otra manera”, añadió, a mayor
abundamiento en su deslenguada argumentación.
En
sus excusas de mal pagador, no repara en lo que dice. ¿Decirse barbaridades?
¿Esa es su concepción de la controversia política? El tirarse a degüello al
contrario, llenarse la boca de exabruptos, convertir en espectáculo un programa
destinado a transmitir propuestas, y a contraponerlas frente a las del
adversario, ¿a qué aboca al elector? ¿A elegir al más cañero, al más bruto, al
más despiadado?
Como para
votarlo…
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