MICRORRELATOS (DOS)
Estaba sentada en un banco del parque, con
una sonrisa bailándole en los ojos y una novela entre las manos. Pasado un
tiempo, cerró el libro. Todavía un instante se entretuvo en soñar con la
mirada. Luego se sumó a la multitud. Para su admirador, dejó de ser.
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Un ruiseñor cantaba, y no desde un verso de
Rubén Darío. Atraído por la melodía, se aproximó un azor. ¡Lástima que tuviese
más de Pantagruel que de Ronsard!
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Sobre el blanco del papel, el poeta
escribió su último verso. Dicen que ahí fuera anda la primavera…
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El que miraba estaba siendo mirado. Quien
lo espiaba se extrañó de que no lo percibiera. De pronto se dio cuenta de que
él mismo también podía estar siendo observado.
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“Sorsa, que eres un sorsa”, oyó que le decía.
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“¿Sorsa yo?, replicó airado, antes de descargar el
puñetazo.
Después buscó en el diccionario la palabra
“sorsa” y supo lo que significaba. Nada.
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Post scríptum: En todo microrrelato hay espacios en blanco. Rellenarlos es tarea del lector. A menudo basta con que les añada un sentir, que, como es el suyo, será irreemplazable...
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