ANDADURAS JAPONESAS (2): CALLEJEANDO
Habíamos sobrevolado dos continentes (Europa, Asia),
13.000 km de avión nos separaban de nuestros orígenes, y todo se anunciaba
diferente. Así que desde que pusimos pie en Japón nos lanzamos a la calle,
animados por la curiosidad y con los ojos muy abiertos a lo nuevo.
Después de
cederles reiteradamente el paso a quienes se nos venían de frente, o de que
fuesen ellos los que se apartaran para no tropezar con nosotros, comprendimos que
debíamos circular por la izquierda, y no por la derecha, como es costumbre en
nuestros lares, tanto para automovilistas como para peatones.
Al principio
nos inquietaban las bicicletas, con las que compartíamos el uso de las aceras,
y que se desplazaban veloces. Aunque atenuó nuestra preocupación que no dudaran
en utilizar timbres de aviso, y su manifiesta habilidad para esquivar al gentío,
siempre andábamos alerta: ¡No disponíamos de seguro médico!
Es curioso
cómo puede uno (yo, por ejemplo) malinterpretar el sentido de algo cuando
desconoce su finalidad. En el suelo notamos que había unas bandas longitudinales,
amarillas, con relieve de puntos. Algo señalaban, pero qué. ¿La separación
entre los que iban y los que venían, la delimitación del carril bici? Parece
ser que sirven de orientación a los invidentes y están por todas partes,
incluso en el interior de estaciones, hoteles y edificios públicos.
Tokio es un caos urbanístico, donde lo
moderno se yuxtapone constantemente con lo tradicional, sin que a la vista se
ofrezcan orden ni concierto alguno. Coexisten casitas bajas con rascacielos de
cristal, callejuelas rectas o laberínticas se abren a grandes avenidas, vuelan
los autos o los trenes sobre atrevidos viaductos. Eso sí, pese a lo abigarrado
que resulta todo, y a cómo se arraciman, los edificios no se tocan entre sí, crecen por doquier, pero
siempre separados los unos de los otros, aunque la distancia que media entre
sus costados no sea mayor que la de la cuarta de una mano. En las calles no hay
apenas nombres, ni en los portales números: ¿Qué sistema seguirán para
proporcionar o buscar una dirección?
Los cables
de la luz no se soterran. Se pegan a las viviendas o pasan sobre ellas,
atraviesan las calzadas. Y no hay domicilio que retroceda ante los raíles del
ferrocarril, ni estos se alejan para evitar ruidos o vibraciones. Resulta
chocante ver las residencias orillar las vías, como si tal cosa. Claro que aquí
el espacio se aprovecha al máximo, que es mucha la población y escaso el
terreno.
No busquéis,
como al principio hacíamos nosotros, en las calles de Tokio o de otras ciudades
un banco donde sentaros, seguramente no lo encontraréis, a lo mejor porque todo
el mundo está siempre yendo a o viniendo de alguna parte. En cambio, máquinas
con una amplísima oferta de bebidas para aliviar la sed os será imposible no
verlas. Pero guardad vuestros desechos en la mochila, que papeleras no hay y no
querréis enturbiar la limpieza que, pese a ello, brilla en el entorno.
Si os
entretenéis en la contemplación del tráfico, os llamará la atención que haya
taxis de variados colores. Ello responde a que pertenecen a compañías privadas
y cada una se identifica con un cromatismo diferente. Algo similar ocurre con
el metro (o los metros) y los trenes.
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