ANDADURAS
JAPONESAS (3): MIRADAS INDISCRETAS
No
íbamos en viaje organizado por agencia. Podíamos hacer de nuestra capa un sayo,
guiarnos únicamente por los dictados de nuestro capricho, experimentar con el libre
albedrío Y pasamos mucho tiempo en la calle, mirando.
No caminamos pendientes de nuestras
mochilas. Las mujeres no se aferraban a sus bolsos de forma compulsiva en medio
del gentío, y en las cafeterías los ordenadores quedaban sobre las mesas aun
cuando sus dueños se ausentaran para ir al baño. Y donde fueres, haz lo que
vieres.
Reparamos en el tipo fino de los japoneses.
Por estos pagos, parecen desconocer el gen de la obesidad. No obstante, me
acuerdo de los luchadores de sumo,
dónde andarán que ninguno se cruza con nosotros, ¿o serán mera invención
publicitaria?
Bajo el sol florecen las sombrillas en manos
de muchachas gráciles, con estética de porcelana. A mayores, parte de ellas, a despecho del calor, se
enfundan guantes que les alcanzan el antebrazo, sin que las mueva el afán seductor
de Rita Hayworth en “Gilda”.
Muchas jóvenes se encaraman a plataformas o
elevados tacones. Sorprende que se retoquen en público el maquillaje, olvidadas
del mundo que bulle a su alrededor y que, en justa reciprocidad, tampoco presta
atención a sus manejos con pinceles y espejitos.
Cuesta desviar los ojos de alguna, cuyo
vestuario la asemeja a una muñeca, o de otras embutidas en un kimono y que acaso cabalguen
una bicicleta, en una imagen en que algo parece sobrar.
Sin
embargo, la vista se nos escapa con frecuencia hacia personas de cualquier edad
que se embozan con una mascarilla. No sabemos si están enfermos y no quieren
contagiar a los demás o si lo que buscan es mantenerse sanos ellos.
Cualquier cosa, por insignificante que sea, si
difiere de nuestros hábitos, nos llama la atención. Por ejemplo, tomamos nota de
las toallitas de felpa con que se limpian el sudor en plena calle y estamos en
un tris de adquirirlas para nuestro provecho.
En el metro no podemos evitar una sonrisa. A
menudo, solo nosotros no nos enganchamos a un móvil o una tableta. Aunque, eso
sí, casi nadie los utiliza para hablar. El que no se entretiene con esos
aparatos suele entregarse al sueño, sobre todo a primeras o últimas horas del
día, o lee un libro, juraría que empezando por la parte de atrás, o un periódico
que dobla en sentido vertical, como se dispone a veces la escritura.
Si vamos tranquilamente por la acera, de
repente pueden salirnos al paso varios operarios de uniforme y con una linterna
larga a modo de señalizador, con un braceo que anuncia urgencias, sin perder
por ello los modales. Su delicadeza es tal que se diría que nos están invitando
a bailar un vals. Pero solo nos advierten de que nos detengamos el tiempo
necesario para que salga de un garaje un automóvil. Son muchos los trabajadores
que, en el Japón que conocimos, se dedican a ese oficio o equivalentes (en
obras, pavimentado de carreteras...).
Y luego están los restaurantes, y los
hoteles, y los comercios… Pero todo eso merece artículo aparte…
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