ANDADURAS
JAPONESAS (5): OTRAS MENUDENCIAS QUE ME INTERESARON
Nadie
emprende un viaje a tan lejos para fijarse en cosas tan pequeñas, tal vez. Pero
nosotros, sí. Prestábamos atención al mundo de lo pequeño, lo que suele pasar
desapercibido. Aunque la vida de un pueblo se conforme en su día a día,
habitualmente no se consigna en las guías esa cotidianidad, por considerarla
intrascendente.
¿Qué importancia puede tener para el gran
público, por ejemplo, que en las cafeterías apenas echen leche al café con
leche? Generalmente, o te la sirven en una lecherita que parece de juguete o en
una especie de dedal de plástico, y a duras penas deja su huella en el café, cuya negrura y amargor siguen tal
cual, como si no hubiesen recibido un aporte lácteo de blancura.
Puede que sean nimiedades, pero revelan
costumbres, hábitos que nos son ajenos, y que algo nos dicen acerca de ese ser
del otro al que observamos. A veces, el suspense se cierne sobre una realidad
anodina, y da lugar a preguntas que no sabemos contestar y en el aire queda una
intriga. ¿Será que no les gusta la leche o escaseará el ganado vacuno?
En el caso de los edredones de las camas de
los hoteles, más que un interrogante se suscitó el asombro. ¡Hacía tanto calor
y eran tan gruesos...! Dormíamos solo con la funda, pero la noche siguiente le habían
vuelto a colocar el relleno. Esa guerra de quita y pon duró otro día más.
Cuando al fin les mencionamos que nos asfixiábamos si no hacíamos del cobertor
sábana y que, por tanto, estaban trabajando en balde, nos miraron con
incredulidad: ¿acaso no utilizábamos el aire acondicionado? Y nosotros nos
quedamos con la duda de si no sería mejor prescindir de tanto abrigo…
En la habitación encontrábamos siempre un
kimono para cada uno, cuidadosamente planchado. Eran cómodos y frescos y
volvían inútiles los batines que, desde España, ocupaban sitio en la maleta. A
la entrada, nos esperaban también unas zapatillas para sustituir a los zapatos
con que veníamos de la calle. Era todo ello como una bienvenida sin palabras, o
así, al menos, lo interpretamos.
Y ya sé que tiene su punto escatológico,
pero no me resisto a hablaros de los váteres. Puede que sobresalte a más de
uno, pero no bien asienta sus posaderas en la taza, corre el agua de la
cisterna, sin intervención alguna de la voluntad. En un alojamiento
tradicional, en un monasterio, en las montañas, la tapa inferior del inodoro estaba
caliente, como para prevenir que no pasara frío el usuario, una precaución
quizá excesiva en pleno verano.
Era curioso. A un lado había un panel de
mandos. Si, hechas las necesidades, se oprimía un botón, un chorro salido de
alguna parte se encargaba de que el trasero quedase sin mácula. Contar esto
puede parecer un poco excesivo, pero es que en todos los hoteles donde
estuvimos lo había.
No obstante, siquiera sea por que no se
quede el lector con el regusto de esa mención, saldré de nuevo a la calle y os
diré que nos tropezábamos frecuentemente con carteles de anuncio llenos de
imágenes y texto, tan abigarrados que aun sabiendo japonés deben de ser muy
difíciles de leer; o que en las estaciones de ferrocarril suele haber en los
andenes pequeños espacios acristalados y con refrigeración para viajeros que
esperan; o que veíamos a cantidad de jóvenes varones con pinta de ejecutivos,
uniformados en pantalón oscuro y camisa blanca, desabrochada y sin corbata; o
que...
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