VIVENCIAS
LINGÜÍSTICAS
De
vez en cuando, me acuerdo de dos situaciones que viví, una de ellas hace ya
décadas, más reciente la otra, ambas sin relación aparente entre sí y que, sin
embargo, algo deben de tener en común, porque siempre que evoco la una se me
aparece, también, simultáneamente, la otra.
Para describir la primera, he de retornar en la memoria a
Cartagena. Era el inicio de los 70 del siglo pasado y allí estaba yo, haciendo
la obligada mili. Como coruñés, me debería haber correspondido algún destino en
la demarcación marítima del Cantábrico, pero no fue así y esa es otra historia, que algún
día contaré. Lo que ahora quiero traer a colación es que el paisanaje que
encontré en la Escuela de Submarinos de Cartagena, donde acabé, era casi en su totalidad
mediterráneo. Había marineros de Cataluña, del País Valenciano, algún isleño
(de Baleares). Me metía a menudo en sus conversaciones, como un contertulio más.
Al principio, cuando apenas nos conocíamos, dejaban de hablar en catalán y
pasaban al castellano, en deferencia a mí. Se sorprendían cuando les decía que
no era necesario, que, en general, los entendía (había estudiado filología
románica). Para lo que no estaba capacitado era para dirigirme a ellos en
catalán, a tanto no llegaban mis competencias. En adelante, resultaba curioso oír
cómo en aquel minibabel que componíamos reinaba la concordia, sin que para ello
hubiera de renunciar ninguno de nosotros a sus hábitos lingüísticos.
El segundo momento en que a menudo pienso tuvo
a Galicia por escenario. Ocurrió en la librería Arenas, de A Coruña, donde
acudí a presentar “Y don Quijote se hace actor”, una versión teatral que escribí del clásico
cervantino. La introducción al acto corrió a cargo de un profesor que se manifestaba
en gallego, cuyo estudio, además, enseñaba. Yo podría, esforzándome y aun así
malamente, mantener un diálogo coloquial en gallego, pero carezco de registros
suficientes para los matices que requiere una exposición pública, nada menos
que con El Quijote como objeto.
Cuando le comuniqué mis dificultades a quien iba a presentarme, me contestó que
dónde estaba el problema, que cada uno podía expresarse cómo le resultase más
cómodo y mejor le conviniese. A fin de cuentas, el público era bilingüe y nos
comprendería bien a los dos, como así fue.
Me traen estas vivencias un sabor a
diversidad y a respeto mutuo, a multiculturalidad y a consideración del otro.
Lo que no sé es por qué las recuerdo estos días, justo cuando la cuestión
catalana (y la española) están en el candelero...
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