MI
BIBLIOTECA Y YO (1)
Tal
parece que mis libros matrimoniaran, y parieran, y se multiplicaran…
Nada más escribir esta frase, me paro a
considerar la idea y me resulta atractiva. ¿Os imagináis? El Quijote emparejado
con la Odisea, el Ulises con las Mil y una noches, Luces de Bohemia y Hamlet… Esas
hibridaciones, ¿trascenderían al paso de los siglos? ¿Mezclarían géneros –una novela
se uniría a un poemario, una obra teatral a un libro de viajes, un ensayo a un
álbum? ¿Hallarían en la semejanza temática una fuente para la mutua seducción?
¿O, por el contrario, sería la diferencia lo que atraería al uno hacia el otro?
Aún me maravilla más pensar en el fruto
literario de semejantes coyundas, que, por inescrutable, no me atrevo siquiera
a bosquejar.
Pero los sueños, sueños son; y la realidad
es, en el caso de mi colapsada biblioteca, mucho más prosaica. Únicamente a mí
cabe achacar la responsabilidad de que no sepa ya dónde meter tanto volumen. En
mi descargo, argüiré que el advenimiento del ebook me ha pillado ya mayor y,
por tanto, cuando ya había disfrutado de muchas oportunidades para ir haciéndome con un considerable botín de letra
impresa. Además como, a despecho de que se me tache de antiguo, me encanta
pasar páginas, oler a imprenta, anotar márgenes cuando leo, continúan llegando
nuevos ejemplares a estanterías ya atiborradas. Así que algún remedio me urgía
idear para poner coto al descontrol. Y como ni comprimir los libros ni ampliar
el espacio que los acoge entra dentro de mis posibilidades, he terminado por
aceptar que debía proceder a un expurgo controlado que hiciera de la selva
impenetrable, si no jardín, sí, al menos dehesa despejada.
Tras demorar durante un tiempo con fútiles
pretextos el inicio de la tarea, me puse, al fin, manos a la obra. “Hay algunos
que son intocables”, me dije a mí mismo, para eliminar escrúpulos y darme
ánimos. Y después de un examen minucioso de varias baldas llegué a la
conclusión de que, por uno u otro motivo, lo eran todos. Sentí algo parecido al
alivio cuando eché una ojeada a la caja de cartón destinada a los desechados y
la vi vacía. Fue un consuelo pasajero. Duró tan sólo hasta que adquirí un par
de novelas más y comprobé que nada había cambiado en mi biblioteca.
Cómo te entiendo. Tenía tantos libros en casa que ya los ponía en cajas debajo de las camas (con gran dolor). La adquisición del piso familiar que mis padres dejaron vacío en León me alivió bastante al llevar para él los libros más "prescindibles". Luego me mudé en Cantabria a una casa mayor y continuó el alivio. Estaba a punto de volver a colapsar cuando llegó el ebook. Ahora, muchas veces, me pregunto qué sería de mis bibliotecas cántabra y leonesa de no haber aparecido el mágico aparatito porque lo de deshacerse de libros, es imposible. Miro uno, miro otro y todos son salvables.
ResponderEliminarUn beso.
Ya, Rosa. Lo que me pasa a mí es que, o suelto lastre para que, liberada de peso, la barquilla del globo siga su vuelo, o pronto seré yo el que sobre. Y claro...
EliminarUn abrazo de los fuertes