MI
BIBLIOTECA Y YO (2)
Me
embarco en el segundo intento por aligerar mis estanterías de libros. Y me hago
trampas a mí mismo. Es fácil. Cuando el montón de los desechados alcanza
determinadas dimensiones, les doy otra oportunidad, no sea que, por descuido,
haya ido a parar allí algún volumen especialmente valioso. Vuelvo a revisarlos,
y la consecuencia es que son bastantes los que retornan a su sitio en el
ecosistema de la librería, que, sin ellos, no sería el mismo. En este trance,
me acuerdo de Sísifo, condenado por los dioses a insistir eternamente en un
esfuerzo inútil.
Y eso que esta vez he hecho las cosas bien,
o al menos mejor que en la anterior. Escarmentado por el fiasco con que se
saldó mi primera tentativa, comprendí que el éxito de la tarea exigía de
mí más razón que corazón. Así que, antes
de nada, me puse a pensar en las pautas con que evaluar de qué ejemplares iba a
deshacerme y cuáles seguirían conmigo.
Sería más sencillo si sólo hubiese de
atender a que me atrapase su temática o me deleitase su escritura. Ése es un
principio claro, que me llevará a no prescindir nunca de “Ébano”, de Richard
Kapuscinski, por ejemplo (y de tantísimos otros: me siento un poco culpable de
citar sólo uno). Pero la empresa resulta mucho más ardua.
En ocasiones, la ligazón que me une a mis
libros los trasciende, va más allá de ellos, de lo que dicen o cómo lo dicen.
En la jerarquía de los afectos, entran en juego distintas consideraciones. De
muchos, no recuerdo cuándo ni por qué los compré, pero todos fueron fruto de
una elección personal y de una circunstancia. No es que sean parte de mí, es
que son yo, el yo que fui, sucesiones de mí. Y a ver quién se desprende de algo
que lo configura como sí mismo, como si tal cosa.
Claro que si continúo por ese camino, mejor
lo dejo. Busco un criterio objetivo, gracias al cual, si no quedan en olvido, sí
pasen a segundo plano los sentimientos. Con salvedades, me parece encontrarlo
en el tamaño de la letra o en lo apretado de su disposición en las páginas, que
agobian la vista de quien, como es mi caso, empieza a moverse en los límites de
la senectud. Ya no podría releerlos sin la queja de mis ojos, y, de todas
formas, alguna huella habrán dejado en mí, o sea que no desaparecerán del todo
de mi vida.
Otra posibilidad para la selección me la
ofrecen los repetidos, publicados en diversas ediciones, que adquirí ya fuera
por la calidad de sus notas o introducciones, ya por simple despiste, olvidado
de que ya los tenía. Aquí el problema radica únicamente en qué ejemplar será el
preferido. Y para qué guardar los maltratados por el paso del tiempo o aquellos
a los que sucesivos traslados han privado de su integridad.
Están, en fin, algunos que no me han gustado
nada. Quién iba a decirme a mí que algún día me servirían de alivio…
De alguno de los que no me han gustado, he podido deshacerme, pero pocos, la verdad.
ResponderEliminarLo de intentar criterios varios y muy cimentados... veo que tampoco sirve de nada. Seguiremos confiando en San ebook.
Un beso.
En realidad, la clave para seguir adelante con la tarea está en el artículo siguiente, Rosa. Al menos, para mí.
ResponderEliminarUn abrazo fuerte