MI
BIBLIOTECA Y YO (y 3)
Dos
pasos adelante y uno atrás, o viceversa. Alternando avances y retrocesos, he
conseguido al fin despejar mi biblioteca, que ofrece ahora un aspecto más
saludable, menos apretado. Los volúmenes no se ahogan unos a otros, el espacio
que los aloja parece haberse ampliado y disfrutan de una desconocida comodidad
en las estanterías. Siento que me he liberado de una modalidad literaria del síndrome de Diógenes, que comparto con la mayor parte de los adictos a la
lectura. Se me plantea, no obstante, un problema.
¿Qué hacer con los libros sobrantes? Delante
de mi casa, se alinean varios contenedores. Uno de ellos se ofrece a engullir
papel. Habitualmente lo alimento con periódicos o revistas y folletos
publicitarios. Pero ni en la peor de mis pesadillas me veo haciéndole entrega
de mis libros. Una cosa es prescindir del saber o el entretenimiento que
atesoran y otra muy distinta silenciar para siempre sus páginas. Por callado
que fuese su grito al ser prensados, yo lo oiría.
Pienso que, aunque sea lejos de mí, pueden
tener una segunda vida. Entonces, hasta me veo como un altruista. Conmigo,
difícilmente gozarían de una oportunidad de ser abiertos de nuevo. Estarían en
las baldas por lo que fueron para mí en el pasado, pero a cambio de sacrificar
su futuro. Al desprenderme de ellos, voy a ponerlos delante de otros ojos.
Lástima no haberlo razonado así en un principio, no me habría costado tanto
extraerlos de las estanterías para no volver a colocarlos después en su sitio.
Y aquí me tenéis: mendigando, pero de una
forma original, al revés. No pido que nadie me dé, sino que me cojan lo que
doy: algunos de mis libros. Se los ofrezco al último instituto donde impartí clases de
buen decir y pretendí hacer de los alumnos lectores. O se los regalo a amigos
que los quieran. Y descubro una librería de viejo que se queda con los que le
llevo.
Aunque
no deja de rondarme una idea que se me ha ocurrido al pronto. Imagino a centros
culturales y educativos, ayuntamientos, bibliotecas que abren sus puertas a
anónimos donantes de novelas, de obras dramáticas o de poemarios o ensayos, y ceden
gratuitamente esos fondos sobrevenidos a quienes los requieren. Tampoco estaría
mal.
¡¡Lo conseguiste!! No lo puedo creer. He oído que hay librerías de viejo que te cobran por llevarse los libros de tu casa. Así están las cosas.
ResponderEliminarOtra cosa: ¿Por que no te dejas de expurgar tu biblioteca y sigues escribiendo esa novela que ya estamos esperando tus lectores?
Yo, entre otras cosas, no adelgazo la mía por falta de tiempo.
Un beso.