¿BECARIOS...?
Escribo el título como
interrogante, más para mostrar asombro
ante una realidad que me enfada que en demanda de respuesta. Yo mismo, en mis
ya lejanos tiempos de estudiante, disfruté de beca, sé bien lo que es. Y el
diccionario me confirma que no yerro al recordarlo: estipendio o pensión temporal que se concede a alguien para que
continúe o complete sus estudios, dice.
Sin embargo, basta con echar un vistazo a la España de hoy para
comprobar que no faltan empresarios dispuestos a enmendarle la plana a la Academia de la Lengua Española , si entra en
juego el aumento de sus beneficios, y caiga quien caiga
Hecha la ley, hecha la trampa, y la primera triquiñuela para el engaño
afecta a menudo al idioma. Llamar con un nombre noble a una actividad deplorable parece como si disimulara su perversidad o, incluso, la justificase y la diera por válida.
Miremos para donde miremos, afloran en nuestro país los becarios. En la
nueva acepción, son jóvenes con sus carreras y másteres recién acabados, que
han superado una entrevista en la empresa, de los que a veces hasta se piden
informes al centro en que han cursado sus estudios para asegurarse de que rozan
la excelencia, y que trabajan horas y
horas para cobrar cien, doscientos o trescientos euros al mes, qué dispendio
laboral para tan escasa paga.
¡Están en prácticas!, se apresurará a contravenirme, escandalizado de mi
reproche, el empleador. ¡Carecen de experiencia y de esa forma la obtienen!,
clamará con enfado. Incluso llegará a argüir, sin que se le descomponga la
figura, que hacen currículum para el futuro. El catálogo de justificaciones, si
no es infinito, se le acerca, preguntadle a cualquier joven profesional que
pase o haya pasado por ese trance.
Pero gracias a ese trabajo de low cost salen productos que se facturan a
precio de mercado. ¿Por qué se considera, entonces, becarios a sus hacedores?
¿Solo porque son nuevos en el oficio? Todos lo fuimos en nuestros comienzos. Yo
recuerdo bien el aprendizaje en el aula,
como profesor. Pero desde el primer día cobré el mismo sueldo base que
compañeros que llevaban ya años ejerciendo (eran los complementos lo que nos
diferenciaba).
Claro que si me hubieran dicho que era un becario, entonces no habría
tenido derecho a un contrato laboral, ni a cobrar el salario mínimo, ni a
convenio colectivo...
El nombre imprime carácter, ya lo vemos. Y
pinta feo. Quizás para remediarlo lo primero sea poner las cosas en su sitio y
llamar al pan, pan y al vino, vino. Y a la explotación laboral, explotación
laboral.
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