domingo, 27 de enero de 2013


DE HOMENAJES

Con motivo de la celebración del Día del docente, la Consejería de Educación cántabra me ha invitado a un acto. En su transcurso, es esperable que se nos dediquen unas palabras a quienes nos hemos jubilado en 2012. Yo no pienso asistir.
   A veces, hay quien grita mi nombre desde el interior de un coche que pasa, o asoma una mano por la ventanilla diciéndome adiós. Será algún ex alumno de  mis cuarenta últimos años, pienso. Otras veces, no ha lugar para la conjetura, porque se me paran enfrente y me saludan, o leo en la pantalla del ordenador sus e-mails, que llevan firma.
   Esos reencuentros fugaces tienen para mí un gran valor. En cualquiera de esos gestos  late un calor humano, traen consigo el recuerdo de momentos compartidos y no olvidados. Veo que han sentido mi cercanía, como yo viví la suya, que algo he aportado a sus jóvenes biografías, más allá de que elegir se escribe con g, o de que siempre valdrá la pena leer un libro. 
   Es la sintaxis de los afectos, y la percibo, más allá de las palabras con que se manifiesta, como un reconocimiento. Ese es para mí el mayor de los homenajes. El de la Consejería de Educación me parece, en cambio, meramente protocolario o, todavía peor, un contrasentido en sí mismo: pretende agradecernos que hayamos destinado buena parte de nuestras vidas e ilusiones a aquello que justamente se está deteriorando merced a  sus medidas.

   Conmigo que  no cuenten, pues, en sus previsibles ditirambos y parabienes.

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