UNA ESTÉTICA DE LA SOLIDARIDAD :
TRES PORQUÉS PARA “UN MORO FRENTE
A MÍ, EN EL ESPEJO” * (I)
Hace unos años tan solo, nosotros
éramos ellos, lo que ellos son ahora. Todavía es posible recordarlo, situarse
de nuevo en el andén del ferrocarril o en el espigón de un muelle: verlos
atestados de gente con el desamparo reflejado en el gesto y el vestuario. Cada
uno era una historia que se rompía. Atrás iban a quedar el pueblo, el paisaje
natal, la familia de la que se desgajaban. De ese mundo solo los acompañaban la
nostalgia o la memoria, y los pocos útiles que cabían en una maleta de cartón o
de madera. No sabían leer en su propia lengua, lo ignoraban todo del país
foráneo; hechos en general a la vida del campo, nada conocían de la ciudad, aun
de la próxima, mucho menos de las extranjeras. E incluso así, subían a los
trenes, embarcaban en buques, marchaban lejos. Los empujaban, a partes iguales,
miseria y esperanza. Estoy hablando de la década de los 50, de la de los 60; de
España como punto de partida, de Europa, acaso América, como final de trayecto.
Solo en el territorio de la Comunidad
Económica Europea de entonces trabajaban, en 1970, un millón
de españoles.
Algo nos impide, aún hoy, olvidar aquellas biografías. Siguen presentes,
porque están inacabadas: las continúan en nuestro tiempo personas de otras
geografías, con diferente cultura o tonalidad de piel, pero con el mismo, o
mayor, desvalimiento. Nuestro pasado aflora en el gesto cansado de los
magrebíes que malviven en los secaderos de tabaco; en la angustia que, ante la
proximidad de la policía, tensa las facciones del centroafricano que vende
baratijas; o, peor aún, en los ojos infinitamente abiertos de quienes se ahogan
en el Estrecho de Gibraltar. Tampoco a ellos les llevó a abandonar su tierra la
codicia o el afán de gloria, sino la necesidad que, sin el recurso al
eufemismo, se llama hambre.
Debería resultarnos imposible vivir como ajenos sufrimientos que todavía
ayer nos fueron propios. Sin embargo, no falta entre nosotros quien opone el
desprecio a la acogida fraternal: ignora, tal vez, que al hacerlo escupe
situado frente a un espejo.
*
Escribí este texto –y las dos entregas que seguirán- en 1998, como parte de las
notas introductorias al montaje teatral “Un moro frente a mí, en el espejo”, obra
editada por el CPR de Plasencia. Han pasado 15 años y nos zarandea una crisis
que ha sustituido a la bonanza económica de entonces. Si nos golpea a nosotros,
imaginad a ellos, inmigrantes. También en tiempo de dificultades conviene tener
claras unas cuantas verdades. Aunque
solo sea para evitar que paguen justos por pecadores.
Estoy contigo. Los emigrantes, que llegaron como mano de obra necesaria para labrar nuestros campos, amasar nuestras obras, cuidar a nuestros mayores las 24 horas del día, están teniendo que regresar forzosos. Una forma de echarles es la negación de la tarjeta sanitaria.Una medida legal del PP desde septiembre 2012, contraria a todo derecho humano.
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