UNA ESTÉTICA DE LA SOLIDARIDAD :
TRES PORQUÉS PARA “UN MORO FRENTE
A MÍ, EN EL ESPEJO” (y 3)
Florece la xenofobia en la
injusticia como las plantas enraízan en la tierra. Se discrimina socialmente a
quienes con anterioridad se había marginado. Antes de que los inmigrantes
vinieran, ya se les había segregado.
Formamos parte de un universo trágicamente dividido. Estamos entre ese
18% de la población mundial que acapara para sí el 80% de la energía producida,
que se come el 60% de los alimentos. Mientras, en el ancho mundo que queda al Sur,
donde habitan “moros”, “sudacas”, “negros”... la contabilidad se hace de números
que cuantifican sufrimientos: 1000 millones de desnutridos, 200 millones que no
podrán asomarse a los albores del tercer milenio*, 13 millones de niños menores
de cinco años para los que, como en el poema de Quevedo, la cuna será ya la
sepultura.
No formamos compartimentos estancos.
El latinoamericano, el africano o el asiático que deambulan por nuestras
calles o se acercan a los tajos buscando faena, traen consigo un salvoconducto más
valioso que su pasaporte. En su tarjeta de presentación no se inscribe solo el
espanto de la miseria de la que huyen. También está escrito que de ese horror
que quieren dejar atrás se alimenta nuestra prosperidad: la que se beneficia del
intercambio desigual, del expolio de recursos, de ventas de armamento. Nuestro “haber”
se nutre de su “debe”.
*Téngase en cuenta que este texto, como los dos que lo preceden, y que han de leerse antes, fue
escrito en 1998. Ojalá las estadísticas hubieran experimentado un cambio a
mejor de entonces acá. No ha sido así, sin embargo. Y las actitudes xenófobas o
racistas continúan presentes entre nosotros. Por eso, para combatirlas, publico de nuevo los tres
apartados del artículo “Una estética de la solidaridad”. Cualquier día repondré, además, sobre el escenario, “Un moro frente a mí, en el espejo”, de cuyas notas introductorias formaban parte.
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