UNA ESTÉTICA DE LA SOLIDARIDAD :
TRES PORQUÉS PARA “UN MORO FRENTE
A MÍ, EN EL ESPEJO” (2)
Lo decía Antonio Machado: “Nadie
es más que nadie”. Son las palabras más bellas que he visto escritas en
literatura alguna. Tendrían que ser estudiadas en la escuela, con las primeras
letras. A menudo se desoye, sin embargo, su sabiduría profunda, su humano
latir: se utilizan como arma arrojadiza contra el otro su identidad étnica, la
cultura de su comunidad, el gentilicio que da fe de sus orígenes. Como una losa,
cae sobre el inmigrante el apelativo de moraco, el de negro, el de sudaca... En
su torno, se levanta una barrera de incomprensión y menosprecio, de compasiva
tolerancia en el mejor de los casos.
Convertir la diferencia en motivo para el agravio supone, entre
españoles, un comportamiento próximo al teatro del absurdo o, por el dramatismo
que conlleva, al esperpento. El que llama moro
a un moro, él mismo lo es. Resulta ocioso recordarlo: circula sangre africana
por nuestras venas, en la lengua que nos comunica hay voces árabes, y mucho es
lo que debe el patrimonio cultural que disfrutamos a ese pueblo. Los
sudamericanos son tan nosotros como nosotros mismos...
Somos un país mestizo, hecho de
múltiples encuentros. En la diversidad, nos reconocemos.
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