MAYORÍA ABSOLUTA
La altanería del PP no tiene
límite, pero sí un origen: su mayoría absoluta en el Parlamento. Un poco de vergüenza
sería, sin embargo, lo menos que se podría pedir a quienes la alcanzaron con un
programa que contradijeron nada más llegar al Gobierno. La mayoría absoluta no
era para hacer lo que están haciendo, en muchos casos lo contrario de lo que
prometieron. Es más, si se celebrasen ahora elecciones, a tenor de las
encuestas y a lo que cualquiera observa, sería sumamente dudoso que obtuvieran
el mismo o parecido número de diputados.
Y sin embargo, utilizan su posición como patente de corso para actuar
como les viene en gana. Lo mismo imponen
proyectos de ley sin atender objeción alguna, que evitan dar las explicaciones
que se les piden. Lo suyo es una especie de rodillo que todo lo lamina y hace
tabla rasa de los puntos de vista ajenos. Los pactos y negociaciones, la
consideración de otras opiniones, las concesiones para alcanzar acuerdos, tan
consustancial todo ello a la democracia,
están fuera de lugar en su forma de proceder.
Se diría que no entienden que no se debe legislar solo para los
afiliados, sino para el conjunto de la población, diversa en sus concepciones y
sensibilidades, que no se borran de un plumazo, solo porque un determinado
partido obtenga la mayoría en las Cortes. A mi modo de ver, la calidad
democrática de una fuerza política no radica únicamente en cómo accede al
poder, sino también en cómo lo ejerce.
Y además, pan hoy, hambre
mañana, que enseña el dicho castellano. ¿De qué les vale, por ejemplo, aprobar
sin consenso alguno una ley de educación que tiene los días contados, pues buena parte de los demás grupos parlamentarios han advertido que se conjurarán para
derogarla en un próximo mañana? Dejar muertos en el camino, no construye futuro,
por más mayoría absoluta que se tenga.
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