sábado, 12 de octubre de 2013

QUINCE AÑOS DE ESCENARIO

   Algo tiene el teatro de inexplicable. ¿Cómo justificar, si no, que entre treinta y cuarenta estudiantes de bachillerato vengan participando cada curso, y este es el decimoquinto, en el Colectivo de dramatización del IES 'Ría del Carmen'? No obtienen recompensa académica alguna por ese esfuerzo y, sin embargo, le dedican los recreos y tres horas de las tardes de los lunes, incluso días de vacaciones. Y ese número, ya abultado, se duplicaría fácilmente si se atendieran las demandas de los alumnos de la ESO, que de forma reiterada han solicitado su incorporación al grupo, o las de quienes, culminados sus estudios, abandonan el instituto.
   ¿Será el valle de Camargo un vivero de artistas? Sin duda lo es. Pero no en mayor medida que, por ejemplo, en el norte de Cáceres, el Campo Arañuelo o la ciudad de Plasencia, donde, en los IES 'Augustóbriga' y 'Valle del Jerte', llevé a cabo durante años similares experiencias, con resultados parecidos. Me apresuro a negar que sea yo el encantador de serpientes, o el flautista de Hamelin (imagen, esta última, que tal vez venga mejor al caso). Por el contrario, reclamo mi papel de ofidio hechizado, el de uno más de los niños encandilados por la melodía del cuento. Y me pregunto qué música nos arrastra, a estos estudiantes, a mí mismo, cuál es el encanto del teatro.
   Es un arte social, una forma de relación. En el escenario, el personaje que interpretamos entra en contacto con otros, es un acorde que precisa de los demás para ser tocado. Sobre las tablas, nadie puede aislarse. Todos estamos en comunión, existimos en referencia a aquellos con quienes compartimos protagonismo, vivimos pendientes de ellos, como ellos de nosotros. Y esa interdependencia ya se ha experimentado con anterioridad, no sólo en la ficción, también en el terreno de lo real, todavía lejos de los focos. Durante los ensayos, no sólo preparamos la representación. Nos hemos reído, dimos ánimos o los recibimos, festejamos hallazgos, corregimos errores. Fuimos todos uno. Ese ser grupal es uno de los encantos del teatro: la compenetración que se exige, los lazos tan fuertes que se crean.
   Pero, además, con el arte dramático recuperamos el juego, ese entretenimiento perdido de la infancia. Dotamos de sentido lúdico a la existencia. Al teatro vamos a pasarlo bien. Esa es tal vez la primera máxima, si es que hay máximas: divertirse con lo que hacemos. Como los niños o los poetas, nos volvemos gozosamente transgresores. Para ellos no hay nada imposible Traspasan sin esfuerzo la línea que separa la realidad de la fantasía. Algo de eso hacemos también los actores, las actrices. Al romper los límites con que lo vemos, el mundo se anchea y se transfigura. Como si estuviéramos en posesión de la varita mágica de las hadas, descubrimos nuevas dimensiones, trastocamos la cotidianidad para entrar en un universo diferente. Y damos pábulo a nuestra creatividad, alas a nuestra imaginación. Oímos cómo crecen en nosotros nuevos seres, nuevas situaciones.
   Actuar es emprender un viaje que nos aleja de nuestro entorno. Las fronteras que dejamos atrás al subir al escenario no son geográficas, o no son geográficas tan sólo (también inventamos espacios). Afectan al 'yo' de cada uno, son personales. En esa distancia que media entre cada uno de nosotros y el papel que interpretamos, reside buena parte del hechizo. Vivimos otras vidas. Atrás quedan, se diluyen en cada palabra que pronunciamos, en cada gesto, las preocupaciones habituales, los deberes, el tedio.
   Que dejemos el yo nuestro de cada día no implica, sin embargo, que nos instalemos en el nirvana. A la agitación del mundo que está fuera del escenario no lo sustituye, dentro, el sosiego de la nada. La felicidad que sentimos al culminar la actuación no está emparentada con una sensación de perezoso abandono. Más bien tiene que ver con la relajación que sucede a tensiones previamente acumuladas. Se hace bueno el dicho de que llega la calma tras la tempestad. Superamos miedos, nos vaciamos de agobios, exorcizamos a nuestros demonios. Disfrutamos de haber sido capaces. Después de tanto esfuerzo, un descansado alivio nos invade, nos conmueve y nos hace desear que llegue cuanto antes la próxima representación.
   Por un tiempo, nos hemos sentido el centro. En la disposición material del teatro, las butacas se orientan hacia el escenario, y también la luz diferencia espacios, nos destaca, nos saca fuera del común, que está a oscuras. Todo ha sido planeado para que cientos de miradas converjan en nosotros. Tomamos conciencia de nuestro ser, de nuestra importancia, de nuestro valer...
   Así que preguntarse, como hacíamos al principio, por qué tantos estudiantes acuden, año tras año, en el I.E.S. 'Ría del Carmen' a la llamada del teatro, no deja de ser una pregunta retórica. Lo verdaderamente extraño sería que no vinieran.

Aclaración- El “Diario Montañés” publicó este artículo en febrero de 2011. En 2012, me jubilé. Desde entonces, haciendo bueno lo que aquí se dice sobre el teatro, y con nueva dirección, el Colectivo de Dramatización sigue su andadura. ¡Larga y fructífera vida!

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