LOS
DOS MISIONEROS
“Hicimos lo correcto al repatriar a los
religiosos”. La autoría de esa afirmación es del Ministro de Asuntos
Exteriores, que ha desaprovechado una excelente
oportunidad de mantener la boca cerrada. Aunque mentiría si dijera que me ha extrañado.
Mantenella y no enmendalla parece
formar parte del ADN del Partido Popular. Véase, si no, otro ejemplo, este
protagonizado por la Ministra de Sanidad, que, entre una lluvia de peticiones
de dimisión por su desastrosa gestión de la crisis del ébola, acaba de declarar
que ha actuado “con toda diligencia”. Bien, ya sabemos lo que entiende por diligencia el PP. Ahora solo falta que
nos aclaren qué es para ellos, en el vocabulario de Margallo, lo correcto. Porque algo hubo de fallar en el caso de los dos misioneros
traídos a España por el Gobierno para que estemos como estamos.
Nadie niega que debía prestárseles auxilio.
Ellos arriesgaron sus vidas –hasta tal punto que finalmente las perdieron- por
salvar las de otros. Y también, como de rebote, protegían las nuestras. Al
luchar contra el virus en África, no solo ayudaban a quienes lo padecían:
contribuían, además, en la medida de sus escasas fuerzas, a contener su
expansión, a dificultar, siquiera sea un poco, su llegada a nuestro mundo.
Doble motivo, pues, para corresponder a su
generosidad (y, si fuera el caso, a la de otros que, desde distintas ONGs sin
fines religiosos, guiados únicamente por criterios humanitarios y de justicia
social, empeñan sus fuerzas en combatir la enfermedad).
Otra cosa es que hubiera que hacerlo como se
hizo. Porque cabía otra posibilidad fuera de la disyuntiva de trasladarlos a
España o abandonarlos a su suerte. Enviar un equipo sanitario y montar un
hospital de campaña para que los atendiera in
situ parece que habría sido la opción más sensata y también la más
solidaria.
Se habría evitado de ese modo jugar con
fuego (y quemarse, como luego se ha visto). Y de los medios aportados para
tratar de curar a los misioneros españoles podrían haberse beneficiado otros
afectados, que se cuentan entre los muy desasistidos africanos.
Una gota de agua no apagará un incendio,
pero sí puede contribuir, al menos, a atenuarlo. Se seguiría así un camino que
otros ya han emprendido y que necesita de que muchos más pies lo recorran, el
del apoyo a quienes sufren la enfermedad en origen.
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