CON LAS HIJAS Y
SOBRINAS DE DOÑA RUIDERA
Cada loco, con su tema.
En las profundidades de la cueva de Montesinos, soñó don Quijote con encantadas
dueñas a las que el hechicero Merlín, compadecido, liberó de su encierro a
cambio de que fueran, ya por siempre, lagunas en Ruidera. Y aún de añadidura
hizo, del escudero de Durandarte, Guadiana. Esos espacios acuáticos yo los veo
ahora, ya en la distancia, desde lo alto de un cerro que camino por la senda del
Pie de Enmedio, ya pateando riberas. El río se embosca en las lagunas,
como si, olvidado de que su naturaleza le exige fluir, detuviese, por
disimularse, su curso cada poco. Entre unas y otras, se levantan barreras de
sedimentos tobáceos que han traído los siglos, y que operan a modo de diques de
contención, que, no obstante, el agua salva para precipitarse en cascadas. Una
orla de juncos y espadañas traza un cordón protector en las orillas y a su
encuentro bajan, desde los montículos vecinos, carrascas y matojos de romero
florecido. En mi vagabundeo, sorprendo a esquivos habitantes de estos parajes. Un
porrón común se hace dos al reflejarse en el agua. Me cuesta localizar a su
pareja, que confunde su color con el de la tierra donde empolla sus huevos. Un
ánade real nada y corteja a una hembra,
un seguimiento que casi es persecución y que se acompaña de constantes
encogimientos y estiramientos de cuello. Y un somormujo lavanco se acerca a su
nido, que está en una isleta flotante, con una fineza que ofrecer en el pico.
En cambio, no doy con la identidad de la decena larga de limícolas que
emprenden el vuelo para retornar obstinadamente al mismo posadero. Las asusta
alguna gente, que se les aproxima sin guardar distancias. Nuestros ojos se van,
al fin, ahítos de este paisaje deleitoso, que tan solo velan algunos
chiringuitos y urbanizaciones que estorban, en ocasiones, la pureza de la
mirada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario