DONDE
NACE EL MUNDO
Caminamos por la albaceteña Sierra del Segura, entre una masa arbórea, cuidando de no resbalar en las acículas caídas de los
pinos que nos rodean. Se yerguen innúmero por todas partes, así en el llano, que se
retrae, escaso, como en las laderas de las montañas, verdaderos farallones,
agujereados de oquedades. Sube el sendero y nosotros con él, y enseguida la
cuesta, muy empinada, se dobla en rudimentarios escalones, de madera a veces, a
menudo tallados en roca. Lo que para nosotros es ascensión es descenso para el
riachuelo que fluye a nuestro costado y concentra nuestro interés. Salva en
ocasiones desniveles con un salto, o se remansa en pozas pequeñas, que llaman
con acertada metáfora cazuelitas. Si miramos arriba, todo son cortados
verticales de gran altura; y si abajo, sucesiones de montes. El resultado es
que parece difícil no sentirse hormiga, y de las pequeñas. Del paredón enorme
que limita nuestro frente, sale, hacia su mitad, un chorro escindido en varias
colas, un agua que el viento deshilacha cuando se precipita a tierra. Este es el
origen del río al que en el súmmum de
las hipérboles han dado en llamar Mundo. Nace como parido por la cueva de la
que mana, en un parto que dura siglos y no tiene visos de acabar nunca.
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