UNA
DIVAGACIÓN LITERARIA EN LA MANCHA
Consuegra
es un pueblo dispuesto horizontalmente en la llanura como tantos que se nos van
quedando atrás en la memoria de La Mancha, con calles estrechas y casas de
escasa altura cuyos portales se entrevén tras cortinas. A primera vista, nada
hay que llame a detenerse, si no es que en uno de sus extremos se levanta un
montículo, cuya cima ocupa un castillo en no muy buen estado, pero que goza de
una excelente compañía. A modo de custodios, ofician, si no los 30 o 40 desmesurados
gigantes que viera Don Quijote, sí varios molinos de viento de la misma hechura
de los que Sancho divisaba. Cierto que el viento, que hoy sopla huracanado en
esta altura, no mueve un ápice sus aspas, como sí sucedió, en cambio, cuando los
embistiera el Caballero de la Triste Figura, con el que dieron en tierra, pero
eso no disminuye en nada su prestancia. El paso de los siglos ha trastocado su
papel, de útil maquinaria para la molienda han devenido en monumentos y acaso
el Ingenioso Hidalgo, otorgándoles prestigio literario, los haya vuelto
inmortales. Una vasta planicie se despliega a sus pies, tan inmensa que semeja
carecer de horizontes, y la mirada se emociona al contemplarlos.
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