EN EL ALTO TAJO (1)
La fotografía no es
fiel, o solo escasamente lo es, a lo que ven mis ojos. No refleja con exactitud
la hondura del cañón que abarca la mirada, la grandiosidad de los cantiles que
se constituyen en sus límites. Ni siquiera cómo el cielo azul se torna
extrañamente verde al reflejarse en las aguas del Alto Tajo. Camina el río en
zigzag, como si quisiera darse un tiempo, retrasar su salida de estas hoces,
tal vez labrarla entre la oscuridad de los pinos que se aprietan tanto que no
dejan ver la tierra. Tan abajo fluye que apenas llega su fragor al observatorio
donde estamos empingorotados, tan solo un murmullo, que podríamos confundir con
el sonido leve de una suave brisa. Qué decir del sosiego que experimentamos,
instalados al borde del quebrado que se despeña bajo nuestros pies, compitiendo
con los buitres leonados que vuelan en círculo a una altura menor que la
nuestra, sin que un batir de alas perturbe el silencio. Es un nirvana que
satisface a la pupila y a la mente, al oído y a la piel. Antes, y para
alcanzarlo, estuvo una pista que anduvimos monte arriba, dejándonos llevar por
entre un jardín que nada debía a la mano del hombre, pues él solo a sí mismo se
hizo.
Aclaración: Está este
mirador próximo al pueblo de Zaorejas, en Guadalajara. Por si no os lo queréis
perder...
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