lunes, 20 de abril de 2015



EN UNA LAGUNA CON NOMBRE DE ARROYO

Hemos venido a este apartamiento albaceteño  empujados por el viento, siguiendo una pista de tierra que, desde el pueblo serrano de Cotillas, cabalga montañas y se abre camino entre un sinfín de pinares. Es artificial la laguna de Arroyo Frío, pero la naturaleza esconde ese artificio y la hace suya. Del pie de una ladera brota, entre piedras, el manantial que la surte. En el extremo opuesto un dique enano impide que se vaya sin dejar más huella en el paisaje que la de su paso. Tiene el minúsculo embalse el encanto de lo pequeño, cuando es hermoso. Lo acogen, solidarios, los montes vecinos, que trazan un semicírculo en un entorno tintado de colores. Las hojas de los álamos van del amarillo al ocre. Parecerían señales de otoño y son, sin embargo, brotes nuevos de primavera. Predomina, no obstante, en derredor el verde, con diversidad de tonos, oscuro el de los pinos, apagado en las encinas, glauco en el agua, pese a su llamativa transparencia. Bajo la superficie, árboles caídos semejan crecer en horizontal, mágicamente. De una rama que aflora, cuelgan dos nidos de pájaro, y es que está habitado este espacio recóndito. La silueta grácil de una lavandera cascadeña acaba de dejar en el aire el trazado de la estela gualda de su pechera. Y un mirlo acuático, que contra sus hábitos permanecía inmóvil posado en una piedra, escapa a nuestra mirada y se oculta en una mata de juncos de la orilla. Todo es sosiego, nada nos perturba mientras circundamos esta recóndita laguna. Si es caso, solo saber que hemos de abandonarla en breve…

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