POR
EE UU (15): LA PARAMOUNT NOS ABRE SUS PUERTAS
La cabeza de Brad Pitt nos observa desde una
mesa. No puedo apartar de ella la mirada, que sólo de pasada ha entrevisto las
estatuillas doradas de los Oscar con
que han premiado películas de la Paramount, o los trajes que han vestido a sus
intérpretes. Únicamente tengo ojos para la jeta del actor. Sólo que no haya un cuerpo
que la sustente revela su impostura. Creo que no me asombraría nada que me
hablara.
El juego entre realidad y ficción se
repetirá constantemente durante las dos horas que dura la visita. De las
dimensiones de este estudio de cine da fe que lo recorramos subidos en un minivehículo.
Circulamos por calles que son un remedo de las de verdad. Quien disfrute de
buena memoria las recordará como escenario de esas persecuciones de automóviles
tan queridas de los filmes americanos. También en sus aceras se iniciaron
romances y despedidas de mentira, sucedieron intrigas, se cruzaron figurantes
por decenas. ¡Menudo vivero para cinéfilos! Al lado de un banco se fotografía
una pareja. Me acerco y leo una placa. Ahí se sentó Forrest Gump.
Dos mujeres caminan. Una va de rosa. La otra
es una estrella, nos dicen. Siempre se les asigna una empleada, mientras
permanecen en los dominios de la compañía.
Me admiran los edificios de época que
delimitan la calzada. A algunos no les falta siquiera una de esas escaleras
exteriores, metálicas, para escapar de un incendio. Es tal su verismo, que dan
ganas de llamar a sus puertas, por ver si alguien nos abre y visitamos sus
estancias y nos recreamos con su mobiliario. Aunque el intento sería vano, pues
nada esconden muchas de esas fachadas tras de sí. Como la boca de metro a la
que nos acercamos. La corona el nombre de la estación, a la que descienden unos
escalones que parecen de verdad. Pero si los bajásemos, nos encontraríamos en
un callejón sin salida.
Sobran trucos con que engañar a los sentidos
del espectador. Por ejemplo, nos detenemos ante una casa con dos entradas casi
idénticas. Lo único que las diferencia es el tamaño. Un actor parecerá de mayor
o menor estatura, según convenga, dependiendo de la altura del marco que
atraviese.
Entramos en un gran habitáculo. Vemos coches
con el esplendor que dan los años y su mucha largura y mucha chapa, y hasta el
morro de un camión, que no están ahí como antigüedades, sino porque han sido
utilizados en tales o cuales películas. Enseguida la vista se me va a una
muerta, que reposa en un ataúd abierto al morbo de los visitantes. Algunos se
hacen selfies ante el cadáver. A mí
me parece que su color cerúleo demanda un entierro digno y pronto.
Otros espacios se abren a nuestra
curiosidad. Uno, inmenso, diáfano, con múltiples accesos, nos muestra de lo que
son capaces la imaginación y el trabajo de los decoradores. Cuelgan de las
paredes fotografías que revelan cómo ha mutado, según las exigencias de los
guiones demandasen que fuera uno u otro lugar.
Ambientes distintos aparecen también, en
esta ocasión simultáneamente, en una nave donde nos metemos. La han
compartimentado para recrear las viviendas de dos familias de diferente
posición social. Se alternan los aposentos de ambas: sendos salones, cocinas,
cuartos. ¡Nadie diría que está tan próximo lo que en la pantalla se ve distanciado!
Hay un local que parece lo que es, un enorme
almacén donde se amontonan enseres muy diversos, con cuyo concurso podría amueblarse
una casa, sea del estilo que fuere. Y si aquí no halla el director lo que
busca, siempre le quedará la opción de acudir a uno de los talleres que, en el
interior de grandes pabellones, dan forma a los objetos más varios.
Con lo que yo no contaba era con que una
explanada, ligeramente hundida y llena de coches aparcados, se transformaría, mediando
previa inundación, en un mar navegado y embravecido. No lo creería, de no
mostrárnoslo la guía en su Tablet.
Me gustaría presenciar la proyección primera
de las películas que se hace en un teatro integrado en este estudio de cine,
antes de darles el placet definitivo. Pero todo no puede ser, así que me
contento viéndolo por dentro. Y ese espacio sí que no es de mentira.
¡¡Cómo disfrutaría paseando por esos estudios!! Así como Los Ángeles no es de las ciudades que más me atraen de Estados Unidos, los estudios de la Paramount o de alguna otra gran Productora sí que me gustaría mucho visitarlos. Aunque por otra parte quizás le quiten un poco la magia a ese engaño aceptado y maravilloso que son las películas. En algún viaje, tal vez me escape por allí.
ResponderEliminarUn beso.
Suelo decir que, cuando escenificamos una obra teatral, detrás del telón está teniendo lugar otra representación, que el público se pierde. He aprendido que sucede lo mismo con el cine, Rosa. Y como tú señalas, como espectadores aceptamos el engaño, somos partícipes. De modo que no creo que conocerlo por dentro le reste un ápice de magia al resultado.
EliminarUn abrazo
Visitar un lugar como ese te hará recordar, películas que ya has visto en pantalla. Yo solo he ido a visitar un poblado en almeria donde se rodaban películas del oeste. Un abrazo
ResponderEliminarLos estudios de Hollywood son a lo grande. Y sorprenden por su realismo. También la visita tiene un aliciente añadido, que es el de reconocer espacios de películas. Por lo demás, a quienes disfrutamos tanto de los procesos como de sus resultados, del camino como de su final, no nos deja indiferentes una experiencia como ésta.
EliminarUn abrazo