POR
EE UU (17): SANTA MÓNICA VERSUS VENICE
No
es que Santa Mónica sea lo más de lo más, pero sí que aparenta mayor riqueza
que Venice, su vecina. Son dos localidades próximas a Los Ángeles, a las que
hermana una playa en la que, como estamos en la costa Oeste de los Estados
Unidos, rompe el océano Pacífico. El arenal se extiende kilómetros más acá y
más allá de ambas villas, como si no tuviera fin, pero a mí lo que me sorprende
es, sobre todo, su anchura. Menudas caminatas habrá de emprender para llegar al
agua quien desee bañarse. Y sería difícil experimentar la sensación de agobio,
aun cuando el gentío que pulula por el paseo marítimo decidiese, de consuno,
bajar a dorarse al sol o a zambullirse.
Cientos de comercios abren sus puertas en
las calles que dan al mar, tanto en Santa Mónica como en Venice. Los de Santa
Mónica son grandes espacios donde asoma la modernidad. A la curiosidad de miles
de transeúntes se ofrece la más amplia gama de mercancías que uno pueda
imaginar. Entramos en un establecimiento enorme, una planta baja que es como
una nave diáfana. Sobre muchas mesas se exponen para su venta variedad de
productos tecnológicos de Apple; también paramos en otro local, que por sus dimensiones no desmerece de un
hipermercado, en este caso de calzado deportivo.
Las calles son amplias, casi avenidas, y las
casas no emparedan, por su altura, la mirada. Por todas partes se respira un
aire vacacional y consumista, como si no hubiera otra cosa que hacer que ir de
un lado a otro, ver y, acaso, comprar. El puerto está especialmente atestado. Al
atravesar sobre una pasarela que ejerce de puente, la muchedumbre se adelgaza y
forma una línea que desde muy arriba parecería fila india de hormigas, de no ser por el
variado colorido de las vestimentas. Casi sin querer, pienso en un cuadro que
alterase a cada momento su composición cromática.
Y sí, al fin comimos nuestra primera
hamburguesa desde que llegamos a Estados Unidos. Fue en un restaurancito que
llaman Jonny Rocket. Husmeamos por
entre la oferta de su carta y nos decantamos por una modalidad que habían
servido cuando inauguraron el local. Estaba deliciosa. Y, al más puro estilo
americano, la acompañamos con una ración de patatas fritas. Allá donde fueres,
haz lo que vieres.
Estábamos al aire libre, viendo pasar gente y
atendidos por un camarero latino que, tan pronto nos oyó hablar, cambió el
inglés por el español. ¿Podíamos pedir más?
Pues aún nos esperaba Venice.
Las hamburguesas americanas son deliciosas. No sé cómo pueden tener éxito sitios como McDonalds y Buerger King. Bueno, por el precio me imagino. Pero donde esté una hamburguesa en su punto, con sus patatas o aguacate y chile, o cebolla y ensalada. !Ay, qué rica!
ResponderEliminarLo que cuentas de Santa Mónica y Venice me recuerda lo que se ve en el muelle 39 de San Francisco.
Un beso.