PARAÍSOS FISCALES
Confieso que no lo entiendo, eso
de que un Estado permita a sus instituciones financieras acoger generosamente
las fortunas de evasores fiscales de otros países. Y menos todavía que las
naciones perjudicadas no muevan un dedo para impedir semejantes fechorías.
Sobre todo, cuando no hablamos de una minucia.
El Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación acaba de
desvelar que 130.000 multimillonarios de 170 países sustraen billones (con b, no es una errata) de euros al fisco.
Y otras fuentes señalan que la cantidad que no rinde cuentas a la Hacienda Pública
en los lugares de origen equivale a la suma del PIB ¡de Estados Unidos y Japón!
Es cierto que refugios para facinerosos de todo tipo no han faltado en
la historia. Nunca ha carecido la ignominia de topónimos donde afincarse. En el legendario Oeste, los pueblos sin ley
ofrecían seguro refugio a cuatreros y asesinos, y hubo islas oceánicas que
amparaban a los piratas.
Pero vivimos en un mundo interrelacionado, en una aldea global. Y no
cabe en cabeza alguna, como no sea, al parecer, las de los dirigentes
internacionales, españoles incluidos, que no se actúe contra esa forma moderna
de bandidaje que constituyen los paraísos fiscales.
Esas auténticas cajas fuertes
para uso y disfrute de riquísimos defraudadores tienen nombre. Se llaman
Singapur, Samoa, Islas Caimán, Islas Cook (y, en buena medida, Suiza, Andorra,
Gibraltar...). ¿Para cuándo una campaña que exija la erradicación de sus prácticas?
Lo que no tributa ese dinero escondido, nosotros lo costeamos: en las carencias
que sufrimos, en las subidas de impuestos que pagamos.
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