UNA HISTORIA PLÁSTICA
La vida da a veces extrañas
vueltas y esta que os voy a contar ahora lo es. No reclamo su invención, que no
es fantasía, sino realidad. Me la refirió en su casa de La Habana una señora ya
entrada en años y, para mayor verismo, le puso nombre y apellidos a su
protagonista. Si no los proporciono es solo porque el paso del tiempo ha hecho
su labor en mi memoria y los he olvidado.
Sucedió en la Cuba
posrevolucionaria, cuando toda la historia que estaba por venir semejaba a sus
gentes un libro en blanco, donde todas las ilusiones podían escribirse.
Imaginaos –es solo una llamada para que os pongáis en situación, porque
existió, fue real- a una muchacha de pueblo, casi analfabeta, (tal vez sobre
ese casi), sin trabajo pero con ganas
de obtenerlo, que un día se entera de que ofrecen unas ayudas para formarse en
algo relacionado con la producción de plásticos. Apenas sabía lo que era un
plástico, pero disposición no le faltaba y ya se veía en una fábrica, atendiendo
a una máquina de la que saldría una especie de papel transparente, acompañada
en ese trajín por un sinfín de obreros como ella.
Debió de parecerle raro que, como prueba, le pusieran delante un papel y
un lápiz y le pidieran que dibujara. Seguramente no entendió qué tenía que ver
eso con su futuro empleo, pero también es cierto que, como queda dicho, ella lo
desconocía todo sobre el mundo del plástico. Además, descubrió enseguida que pintar
se le daba bien. Así que no tuvo nada de
extraordinario que la seleccionaran.
Salta la liebre donde menos se la espera. A donde la mandaron a
prepararse fue a un centro de dibujo. A lo mejor le vieron dotes especiales y
por eso la encaminaron a esos estudios. Aunque es más probable que en el
principio de todo, ella hubiera confundido plásticos con artes plásticas.
No se requieren dotes de adivino para saber cómo terminó todo. Y es que
hay historias a las que solo las diferencia de un cuento con final feliz el que
son reales. Y que no siempre sus personajes acaben comiendo perdices, claro.
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