APUNTE DE UN TIPO QUE LLAMÓ MI ATENCIÓN EN UN PASEO
Para que me cruzara con el
protagonista de este artículo, hubieron de confluir varias circunstancias. La
más evidente vino dada por esta primavera, que se resiste a aceptarse a sí
misma. El mal tiempo me llevó a pasear por una barriada cercana a donde vivo, y
no hacia un camino que bordea el mar, hermoso pero sin un tejado bajo el que
atecharse si lloviera. Por otra parte, con que hubiera salido de mi casa poco antes o después, el encuentro no se
hubiera producido. E igual podría decirse en el caso de aquel individuo, quién
sabe qué situaciones, fortuitas o no, lo condujeron a la misma calle que transitaba yo.
Verdaderamente, la vida es una sucesión inacabable de imponderables.
Cuando lo avisté, iba algo detrás de él. Aunque circulábamos por aceras
opuestas, era difícil que no me llamara la atención. Me ganaba en altura y en
delgadez, también en resistencia al frío, pues solo vestía un conjunto vaquero,
de pantalones y casaca azulados (ahora lamento no haberme fijado en su calzado,
me resisto a creer que no fueran botas).
Solo desmentía su calvicie un pelo ensortijado y muy blanco, que se
mantenía con obstinación en los laterales de su cabeza. Caminaba rítmicamente,
como si fuera escuchando cualquier chunda chunda juvenil, aunque no llevara
enchufado al oído ningún artilugio musical. Parecía un tipo curtido por la
vida, acostumbrado a ponerse el mundo por montera. Juraría que pasaba de los 70
años.
De pronto, lo perdí de vista. Como yo había disminuido la velocidad para
observarlo, eso solo podía significar que él se había detenido. Me paré a mi
vez y volví la cabeza en su busca. Estaba delante de una casa noble, protegida
por una verja, dedicado a hurgar con sus manos entre los barrotes. Debió de
manejarse con delicadeza, pues de lo contrario se habría pinchado con las
espinas del rosal al que desposeyó de una flor.
En su actitud quise ver el gesto de un enamorado tardío, o quizás el capricho de un
artista bohemio. También pensé en la posibilidad de que estuviera poniendo
un poco de color a un día gris. Aunque lo que me pareció realmente irrebatible
fue que me había topado con uno de esos viejos rockeros que solo mueren cuando
les falla el corazón. Desde entonces no se me quita de la cabeza.
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