GRACIAS, ANATOLIO
A nadie le amarga un dulce, y
menos todavía cuando a diario se ve obligado a tragar un sapo tras otro. En
medio de la debacle informativa habitual, me he enterado de que Anatolio Alonso,
un estudiante madrileño, ha obtenido un 9.95 en la selectividad.
Se le veía a Anato, que es como le llaman sus amigos, un sí es no es
emocionado, saludando con una sonrisa contenida a sus compañeros, que le
aplaudían. Llevaba un pendiente en la oreja y un ramo de flores en la mano. No
obstante, la mirada se me fue enseguida a su camiseta. La reconocí de
inmediato, era verde y tenía letras que componían un lema, cuyos ecos se
multiplican por calles, plazas y centros educativos de España: “Escuela pública
de tod@s para tod@s”.
Sus motivos tenía para lucir esa prenda y hacerse a sí mismo soporte de
su leyenda. Él ha salido de un instituto corriente y moliente. Qué mejor forma
de celebrar su nota que reivindicar el valor de la enseñanza pública, donde se
labró su éxito. Y justo en el momento en que sufre los embates de los recortes
y la amenaza de una nueva ley que ha obtenido el repudio de toda la comunidad
educativa, por retrógrada y clasista.
Ha hecho bien sus deberes Anatolio Alonso.
Pero hay otro aspecto destacable en este momento de gloria. El joven no
formaba parte de los selectos estudiantes a quienes el gobierno de Madrid quiso
reunir en su día en grupo diferenciado de los demás. Para ser excelente, decía
su ejemplo, no se necesita cursar el elitista bachillerato de excelencia.
Permaneciendo en las aulas del común, sin alejarse de los compañeros, haciendo
caso omiso a cantos de sirena que separan lo que en la sociedad está mezclado,
se puede llegar a obtener la nota más alta de Madrid y probablemente en toda
España. O sea, que estamos ante una buena réplica a los planes segregacionistas
de quienes pretenden dividir el mundo en compartimentos estancos y
jerarquizados.
POST SCRÍPTUM
En la página anterior del periódico
que leo, viene la otra cara de la moneda. La fotografía que se destaca es ahora
la de una mujer y a un hombre que están de pie, frente a un público que se
adivina. Ella, la reina Sofía, muestra en su gesto poco contento; él, que es el
señor Wert, no parece disponer de ningún motivo para sentirse feliz. Ambos se
hallan en el Teatro Real, en la gala de honor a Teresa Berganza, y el ministro
está recibiendo el abucheo proveniente de las localidades altas del recinto,
que a gritos le dicen “fuera”, le exigen “dimisión” y se declaran “a favor de
una enseñanza pública para todos”.
Pues eso.
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