CAYÓ EL (PRESUNTO) CAIMÁN
Un caimán es un saurio de
considerables dimensiones, dotado de una boca grandísima y una dentadura
estremecedora. Actúa con sigilo cuando quiere hacerse con sus presas y es capaz
de zamparse de una tacada lo que no está escrito. Por si acaso, resulta
aconsejable mantenerse a distancia de sus temibles dentelladas.
En España solo existen estos reptiles en una versión figurada, como
metáfora, lo que no implica, necesariamente, que su peligro sea menor.
Hablo de individuos a los que caracteriza una extraordinaria voracidad,
un ansia por atesorar riquezas que ni tiene parangón alguno ni se sacia jamás.
Espoleados por el apetito de la codicia, al que dispensan de todo límite,
engullen euros en cantidades de mareo, cuyo cómputo escapa al común de los
mortales. Y, por extraño que parezca, nunca alcanzan una fortuna que los
satisfaga, al fin. Todos queremos más,
dicen al mundo, parafraseando la canción.
Uno de ellos acaba de ingresar en prisión, acusado de prácticas
económicas nada santas. Cierto que todavía es un presunto caimán, pues su
culpabilidad aún no se ha probado, pero ha de haber indicios suficientes de
comisión de delito cuando el juez que instruye el caso lo ha enviado a la
cárcel y, al menos por el momento, sin posible fianza que lo devuelva a la
libertad.
Parece que no estuvo solo antaño en sus afanes, y hasta es vox populi
que cierta organización política y algunas grandes empresas, que no preciso
nombrar pues una y otras están en boca de todos, supuestamente se beneficiaron
de sus artimañas.
Me lo imagino en la soledad de
su celda, sin el disfrute de las comodidades de hace bien poco, maquinando cómo
salir del atolladero. Yo, modestamente, me permitiría aconsejarle que no olvide
aquello de que cantando se olvidan las
penas. Y no me refiero a La
Traviata , precisamente.
Muy buena la comparación, con tu permiso, lo compartiré en el twitter.
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