EL LUGAR DE ANTONIO MACHADO
El último verso de Antonio Machado – “Estos días azules y este sol de la
infancia...”- lo escribió en el extranjero. Lo encontraron en uno de sus
bolsillos, garabateado a lápiz, cuando falleció, el 22 de febrero de 1939.
Ahora, hablan de trasladar sus
restos a España.
Está enterrado en Collioure, un
pueblecito de la costa francesa. No murió allí por casualidad. Casi un mes
hacía que había llegado, huyendo de España. Escapaba de los vencedores en la
guerra, que eran los mismos que la habían iniciado con una sublevación militar
contra la II República.
Los que mataron a Lorca, los que propiciarían la muerte de Miguel Hernández,
como de tantísimos otros. Los que rompieron la cultura, la libertad y la vida
de este país durante cuarenta largos años desolados.
Yo casi prefiero que lo dejen en su tumba de Collioure. Por
agradecimiento al pueblo que lo acogió, de cuya historia, de cuyo ser solidario,
forma ya parte. Pero también como testimonio –uno más- de adónde condujeron la
intolerancia y la barbarie del franquismo. Es bueno, creo, que lamentemos que
esté allí por lo que pasó aquí.
Además, me parecería un contrasentido que
se le trajese. Al menos, mientras queden todavía localidades donde paseemos por
calles y avenidas que avergüenzan nuestra mirada al ensalzar en sus rótulos los
nombres del dictador y sus secuaces. De esos mismos que condujeron los pasos
cansados de nuestro poeta a atravesar a pie la frontera pirenaica, camino del
exilio.
Peor aún. Miles de españoles yacen todavía en cunetas o en los campos,
en medio de la nada, en fosas anónimas que manos criminales cavaron u obligaron
a excavar en la noche. Tantos años después de aquellas ejecuciones sumarias, los
familiares no tienen siquiera el consuelo de saber adónde llevar unas flores o
la posibilidad de que reposen en un cementerio. Y nadie ha pedido perdón.
Me temo que, en tales condiciones, los huesos de Antonio Machado no
descansarían en paz en España.
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