VARIACIONES EN TORNO A UNA FRASE
OÍDA AL PASO
En las ciudades adonde voy,
sobre todo si son del extranjero, y más todavía si están en países fuera de
nuestro entorno, me gusta ir siempre a los mercados. Veo qué verduras cultivan
o los peces que pescan, las carnes preferidas y las especias con que
condimentan sus platos, cómo son las frutas y los panes. Qué comen. También
observo a la gente, me fijo en su modo de vender, de comprar, si hacen cola o
se amontonan, si son pacientes, si pagan sin rechistar lo que se les pide o
bien tienen por costumbre regatear el precio. Y me empapo de olores y colores. Cuando se me escapa esa visita
obligada me parece que he regresado a mi cotidianidad sin completar el viaje. Y
sin embargo, hoy no hablaré de eso (más de lo que lo acabo de hacer, claro).
Sí que estábamos aquel día en una plaza de abastos, en la zona asiática
de Estambul. Pero lo importante fue la frase que, a nuestro paso ante su
puesto, nos regaló un comerciante que publicitaba su mercadería a grandes
voces, y que se distrajo en el decir de sus bondades para centrar su atención
en nosotros y variar de perorata. Lo que oímos, en un español perfecto, fue: “Entrad
sin miedo, que aquí engañamos menos”.
Todavía sigo dándole vueltas, no al significado, que es bien
comprensible, pero sí al sentido de tan original reclamo.
A primera vista, parece una simple humorada. Previendo que íbamos a
pasar de largo, el vendedor se permitía sorprendernos con una broma, a
sabiendas de que provocaría unas risas, que lo sacarían a él de su monotonía y
le alegrarían, como a nosotros, por un instante la vida. A fin de cuentas, la
hilaridad del público es el mejor aplauso para quien cuenta un chiste. Y a
nadie le disgusta convertirse, siquiera sea durante unos segundos, en centro de
atención agradecida.
Aunque se me ocurren otras posibilidades. Tal vez fuese su intención
buscar, por medio del divertimento, la complicidad, el caernos bien, para que
así no se nos pasase desapercibida su tienda. Una peculiar manera de marketing,
vamos, que nos obligaría a detenernos.
Podría ser, pero caben otras interpretaciones menos amables, más
intranquilizadoras. ¿No se trataría de una forma de echarnos en cara, de modo
jocoso, eso sí, a los occidentales nuestra desconfianza, que siempre pensemos
que nos van a timar, sobre todo cuando sabes que debes regatear para adquirir
un producto?
No sé. En cualquier caso, lo que
me resulta más improbable es que haya que tomar al pie de la letra ese
reconocimiento culposo del engaño, como si el personaje alardeara, como
argumento para convencernos, de que estafaba al cliente, pero en menor medida
que sus colegas.
Os estaréis preguntando qué
hicimos nosotros. Me acogeré, para responderos, a esa prerrogativa de que
gozamos los oriundos de Galicia, que, según prejuicio muy extendido, solemos
contestar a una interrogante con otra. ¿Qué queríais que hiciéramos?
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