MICRORRELATOS (I)
Pasaba a mi lado,
farfullando incoherencias. Se detuvo y dijo: “Cuánto loco hay por el mundo”. Y
continuó su desnortado discurso y su camino.
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Oído al paso:
-
Pliega el
paraguas, hombre, que ha escampado.
-
Ya, ¿y quién te
dice a ti que no volverá a llover?
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Berreaba el niño, en
infatigable soliloquio:
-
“¡Quiero beber en
la fuente!”
En la madre se
adivinaba el hartazgo ante mojaduras anteriores.
-
“¡Está
estropeada”, replicó inapenable, o eso pensaba.
Cambió la criatura la
letra de su salmodia, pero no la melodía con que la acompañaba:
-
“¡Hay que
arreglarla!”, empezó a clamar.
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Al levantar su taza en el café, el escritor vio a un perro que paseaba
a un señor. Iba delante, tirando de él con el auxilio de una correa. Se
preguntó adónde lo llevaría.
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Post scriptum: En un
microrrelato se encierran un instante, o una mirada, a menudo de incierto
desenlace. Pide una reflexión o busca la complicidad de una sonrisa, tal vez
un gesto de sorpresa ante lo insólito de una situación. Haría mal el lector si
los leyese de corrido. Lo que el autor ha comprimido a él toca desenvolver. Ha
de sentir y de llenar vacíos, y eso lleva su tiempo. Fijaos en una madeja:
ocupa poco espacio, pero cuántas figuras no trazará el tejedor a partir de su hilo
extendido...
Son muy buenos, aunque con microrrelatos tan tan micro siempre me queda un sabor de boca más a poema que a narración.
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