VACACIONES ESCOLARES, UNA SINRAZÓN
Me encuentro en la calle con una
estudiante universitaria, alumna mía de un tiempo ya ido. Al pronto, me llama
la atención su cara, que está como desojada, con la mirada casi oculta bajo unos
párpados caídos. Desecho la primera explicación que se me ocurre, no es fin de
semana, momento propicio para que haya trasnochado. Además, su cansancio parece
no ser flor de un día, sino venir de lejos. Preocupado, le pregunto si se
encuentra bien.
El trimestre, que está siendo demasiado largo, me responde. No dice que
se le esté haciendo inacabable, sino que lo es. A un extranjero, aunque su
dominio del castellano sea perfecto, le parecerá esta contestación un sin
sentido. Un trimestre siempre dura tres meses, pensará. Pero yo sé muy bien por
dónde va.
Este año las vacaciones del segundo tramo del curso se hacen esperar en
demasía. No llegarán hasta ya mediado abril, con el advenimiento de la Semana Santa. ¿Cómo siempre?,
se interrogará el desconocedor de los usos y costumbres que nos rigen. Pues no,
que esas festividades cambian cada año de ubicación en el calendario. A veces,
caen en marzo; otras, ya avanzada la primavera. Así que lo que, un tanto
abusivamente, llamamos segundo trimestre, se adelanta o se retrasa, se contrae
o se expande, y puede mediar un mes de diferencia, según sea el caso.
Esa situación comporta consecuencias que van más allá del cansancio. Afecta también a la
programación de las evaluaciones en la enseñanza no universitaria. En
ocasiones, la segunda ha de hacerse
bastante antes de que se suspendan las clases, porque esperar distorsionaría
los tiempos y los contenidos. Y es fácil deducir lo que supone mantener la
atención de los alumnos cuando ya se les han entregado las notas, están
agotados por los exámenes y tienen a la vista las vacaciones. Por si fuera
poco, las tareas correspondientes a la última evaluación se verán interrumpidas
por la Semana Santa.
¿Hay más dislates? Al finalizar el primer trimestre, la docencia se paraliza durante casi tres semanas, por Navidad. ¡Ningún atleta resistiría
semejante parón en su actividad!
¿Cuál es el problema? Las vacaciones no tienen en cuenta las necesidades
académicas, están mediatizadas por las festividades religiosas, concretamente
de la iglesia católica. Parece imposible en un Estado moderno, que se define
como no confesional, pero lo cierto es que el clero continúa imponiendo sus
celebraciones a la generalidad de la población e interfiriendo en el desarrollo
de su trabajo.
Se lo digo a mi antigua alumna,
que esa es la causa última de su extenuación. La veo marcharse, pensativa. Casi
lamento haber sumado a su fatiga un motivo de enfado. Me propongo contribuir
a denunciar ese abuso. Escribo este artículo.
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