AL DICTADO
Por la boca muere el pez.
“Lo que me preocupa
es que Alemania sepa adónde vamos”, declaró quien ocupa la presidencia del
Gobierno en una entrevista periodística. ¿La presidencia de Alemania? No, que
el preguntado era el presidente español.
A quien debería
inquietarle saber adónde vamos, ¿no es a él? Pues no, a lo que se ve. Al señor
Rajoy lo que le causa desazón es que sea Ángela Merkel quien lo ignore.
Estamos en sus
manos, entiendo yo que viene a decir. Como equivoque la ruta, lo tenemos claro.
El papel de España es puramente subsidiario, estamos a lo que se nos mande, en
el furgón de cola, sin posibilidad alguna de alterar el rumbo, o, cuando menos,
de participar en la toma de decisiones, por mucho que nos afecten. No queda
siquiera el derecho al pataleo.
¿Podría ser de otra
manera? Desde luego, no lo será, si desde un principio se asume como
irremediable semejante dejación de funciones.
Quizás haya quien
piense que más vale ser cola de león que cabeza de ratón. Que alguna migaja nos
caerá, si nos ponemos tras el poderoso. Otro que gobernó nuestro país pareció
también creerlo así. Aznar. ¿Quién no recuerda su servil actuación ante los
Estados Unidos, en pro de la invasión de Irak? Tal vez hasta llegó a imaginar,
mientras posaba sus pies sobre una mesita en el rancho de Bush, que España (y
él) estaba saliendo del anonimato en el concierto de las naciones. Adónde nos
condujo su cortedad de miras, su iluso proceder, resulta innecesario
recordarlo, por sobradamente conocido (y aún más, por lo sufrido).
Han pasado los años, cambian las
circunstancias, pero algo permanece inalterable. Por encima de las mudanzas que
imponen nuevas situaciones, sigue latiendo idéntico espíritu de vasallaje en
nuestros gobernantes. Y sin que nos quede siquiera el consuelo de que tengan
buen señor.
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